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La sordoceguera - APSA

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trazar los caracteres vulgares o letras bastardilla española con los ojos vendados, cerrados o<br />

simplemente sin necesidad de mirar.<br />

Lo curioso del caso es que el calígrafo no cita expresamente y de forma directa que sea un<br />

procedimiento aplicable con exclusividad para el niño ciego o para el alumno falto de vista, sin<br />

embargo coloca al final del libro cuarenta y siete planchas impresas en madera con el alfabeto en<br />

bajorrelieve. Grafías susceptibles de percibirse mediante el tacto, cuya nitidez y validez de<br />

experimentación en cuanto al procedimiento utilizado permite su adquisición con relativa facilidad a<br />

cualquier persona aquejada de una problemática visual. De ahí que este personaje sea considerado<br />

como precursor del método, similar en contenido y presentación, al utilizado por Valentín Haüy<br />

impulsor de la primera institución escolar mundial para ciegos, fundada en 1784.<br />

Los siglos XVII y XVIII, denominados por muchos historiadores de “la Razón y <strong>La</strong>s<br />

Luces”, marca una época de fuertes contrastes: derroche y saturación de todo tipo de lujos para un<br />

grupo élite, versus miseria, desesperación y cruel marginación para la mayoría.<br />

En el siglo XVII la mendicidad se extiende por las principales ciudades europeas; en parte<br />

como fruto de la situación de guerra contínua a raiz del enfrentamiento de “las dos rosas”. Durante<br />

la Guerra de los Treinta Años había solamente en París más de 100.000 mendigos. Llegaban a tales<br />

extremos la pobreza que se practicaba la brutal costumbre de mutilar intencionadamente a los niños<br />

de corta edad. Scheerenberger en “Historia del retraso mental” manifiesta al respecto: “Los<br />

mendigos profesionales compraban criaturitas en los asilos y orfanatos a cambio de unas monedas y<br />

procedían a romperles las piernas o mutilarlos de otro modo para que inspirasen más lástima.<br />

Cuando, al cumplir años, dejaban de ser útiles se les abandonaba a su suerte; como es natural<br />

muchos morían” (p.53-55).<br />

En cuanto a los deficientes, especialmente los mentales, el abandono era absoluto. Quienes<br />

sobrevivían e ingresaban en los orfanatos, prisiones, manicomios y otras instituciones del Estado,<br />

recibían en general, un trato aún peor que en los siglos precedentes. <strong>La</strong> mortalidad registrada entre<br />

estos niños acogidos por instituciones de beneficencia privadas o estatales era elevadísima.42<br />

El “Hotel Dieu”, el mayor y más famoso hospital de París, acogía a los enfermos mentales<br />

y a los deficientes profundos según una Orden Real promulgada en 1606. <strong>La</strong> descripción de este<br />

“lugar educativo” no tiene desperdicio, ni tampoco sus planteamientos metodológicos donde los<br />

pacientes eran conducidos como rebaños a salas hacinadas, con míseros lechos, a los que eran<br />

arrojados sin distinción de enfermedades; dos, cuatro, seis, y hasta doce personas dormían juntas en<br />

diversas posiciones. Llegaba el extremo de que estos lugares de acogida eran muy frecuentados<br />

como centros de diversión previo pago de su importe. Muy similar a París era la situación en<br />

42De 2.000 niños trasladados en 1670 al Hospital para Niños Expósitos de París, el 75% murieron en el<br />

plazo de tres meses. Esta situación se prolongó a lo largo del siglo XVII: de 10.272 niños en edad<br />

lactante internados en el Hospital para Expósitos de Dublín, durante 21 años (1775-1796), sólo<br />

sobrevivieron 45, lo que supone una mortalidad del 99,9%. De 31.951 niños ingresados en el Asilo de<br />

Huérfanos de París en el periodo 1771-1777, un total de 25.476 (80%) fallecieron antes de terminar el<br />

primer año de estancia.<br />

- 124 -<br />

LA SORDOCEGUERA. Tesis Doctoral J. Inmaculada Sánchez Casado.<br />

Londres, que hasta 1770, el Centro de Bathlem fue visitado como barraca de feria. El público<br />

pagaba por entrar y recorría las salas encontrando entretenimientos y horrores según sus gustos y<br />

deseos personales.<br />

El siglo XVII es, pues, la época del “gran encierro”. Todo aquel que no ajustara su perfil<br />

a la “Razón” y cuya conducta fuera considerada como “irrazonable”, es decir, como “extraña”, sufría<br />

la persecución institucional. El campo de actuación era amplísimo, ya que incluía razón lógica,<br />

política, moral, pragmática, ...43<br />

Todos, sin excepción, eran considerados como “unos locos”, elementos perturbadores y por<br />

lo tanto “encerrados” en condiciones infrahumanas. No había discriminación de carasterísticas:<br />

problemas psíquicos, delincuentes, criminales, deficientes mentales, sordociegos, vagos, maleantes,<br />

y hasta los simples sospechosos políticos.44 Planteamientos e instituciones similares se dan en<br />

el resto de la Europa próspera, como es el caso de Inglaterra o Alemania.<br />

Los diferentes ámbitos de reclusión y segregación todavía hoy en funcionamiento como el<br />

manicomio, la cárcel, el asilo, el correccional, el exilio, tienen su genuino antecedente en la<br />

institución del gran encierro. Pero también en este contexto se dan excepciones. En 1632, Vicente<br />

de Paúl45 fue nombrado prior de Saint-<strong>La</strong>zare, antigua leprosería de París que pasará a convertirse

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