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La sordoceguera - APSA

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Presión contextual desgarradora para una infancia inadaptada, en muchas ocasiones<br />

predelincuente y marginal. El régimen laboral también era absolutamente oprimente. Se paraba<br />

solamente para comer, media hora para el almuerzo y una hora para la comida, pero no se tenía un<br />

horario regular de alimentación, lo cual era sólo un privilegio de los adultos. Cambiaban de<br />

ocupación cada semana. Media jornada la destinaban a limpiar una máquina en funcionamiento y la<br />

otra media se dedicaban a una que estuviera parada y, mientras, aprovechaban para comer, pero<br />

perdían fácilmente el apetito porque el polvo y la borra, en el caso de las fábricas textiles, atacaban<br />

48Explotación que pasaba inadvertida la mayoría de las veces pues era el mismo niño quien demandaba<br />

ir al trabajo, y aunque regresara a su hogar extenuado, lo hacía satisfecho tanto por el deber cumplido de<br />

ayudar a sus padres en su manutención (-ya que como tónica general se les hacía creer que el derecho de<br />

todo buen hijo era trabajar y ayudar al padre, nunca se planteaba que un hijo, cualquier niño no ha<br />

cursado ninguna petición de nacimiento por su expreso deseo. Su cuidado, y satisfacción de sus<br />

necesidades es algo dado “por natura” en el reino animal, incluída la especie humana. Los individuos<br />

adultos deben proteger a los jóvenes más indefensos, sin pedirles contrapartida. Y, esa es la verdadera<br />

cuestión, el padre buscaba acrecentar la prole, especialmente varones como futura mano de obra, es<br />

decir, a cambio de cuatro o cinco años de cuidados, toda una vida llena de beneficios a rédito-) como por la<br />

satisfacción de sentirse más “hombre” que los demás niños de su misma edad.<br />

- 133 -<br />

J. Inmaculada Sánchez Casado. Tesis Doctoral LA SORDOCEGUERA.<br />

sus pulmones.49 Todo un análisis contextual para cualquier necesidad educativa especial, un caldo<br />

de cultivo apropiado para cualquier tipo de medida compensadora. En realidad muchos de esos niños<br />

podrían ser diagnósticados, sin temor a equivocarnos de deprivados socioculturales; cuya historia<br />

como sujeto lo encaminará indefectiblemente en una única dirección marginadora y por tanto<br />

“diferente”.<br />

Paradójicamente fueron algunos de los patronos de esas fábricas como Peel, Owen,...<br />

quienes haciendo gala de filantropía promocionaron enérgicamente la promulgación de Leyes de<br />

Protección de la Infancia. Robert Peel defendió en el Parlamento Británico, en 1802, la primera ley<br />

en ese sentido: la Ley de Salud y Moral de los Aprendices. (Cobos. 1983. p.15 y ss). Propuestos<br />

por Owen, se crearon comités de vigilancia de las condiciones de vida de los niños en el trabajo.<br />

En 1819 se promulgó una ley que prohibía absolutamente el trabajo a los niños menores de<br />

nueve años y limitaba a medio día las horas laborales a los menores de trece-dieciséis años. Fué la<br />

Ley de Educación, entre 1870 y 1891, la que aligeró al niño del trabajo, al obligarle a la<br />

escolarización por debajo de los doce años. Pero sería, definitivamente, la Ley de 1918 la que<br />

reglamentará rigurosamente el trabajo infantil. De tal modo, el niño pasó del yugo del patrono al<br />

yugo del maestro sin dejar de ser posesión de sus padres. Así, pues, es en Inglaterra, donde a<br />

causa de las duras condiciones industriales favorecedoras de la explotación laboral, se dieron también<br />

las primeras reglamentaciones del trabajo infantil y un esfuerzo por liberar a cualquier niño de esas<br />

terribles obligaciones y dependencias. Un intento pues, de eliminar deficiencias que proporcionan<br />

a la larga el caldo de cultivo óptimo para la elicitación del constructo de la diferencia.<br />

B. Corrientes reformuladoras psicoeducativas:<br />

representantes, instituciones y estrategias de trabajo.<br />

El movimiento de reeducación se inicia en Francia, donde también era tiempo de soñar la<br />

liberación de los niños de esas terribles dependencias y de emprender otros intentos, aunque por una<br />

vía diferente que en Inglaterra. Se trataba más bien de la redención de la mente, del loco y de la<br />

infancia anormal.<br />

En este marco de romper cadenas y de alcanzar utopías se inscribe la acción del etólogo Jean<br />

Marc Gaspard Itard (nacido en 1806), que realizó, a sus veinticinco años, una juvenil, ferviente y<br />

agotadora tarea: la psicoterapia y reeducación de un niño de unos once años, al que él bautizó<br />

Víctor, y que se popularizó como «el niño salvaje de Aveyron», encontrado en los bosques del sur<br />

de Francia, y que podría padecer un “déficit mental profundo” aunque hoy día probablemente se le<br />

tendería a diagnosticar de ‘psicótico’ o de ‘autista’, que se mostraba agresivo, agitado e insensible, y<br />

49Se decía de ellos que tenían un trabajo divertido, pero alguien se encargó de medir su esfuerzo físico<br />

y descubrió que, al seguir los movimientos de una máquina tejedora, realizaban el equivalente a un<br />

ejercicio de 20 millas. Naturalmente, este trabajo se mantenía mediante el terror: se azotaba a los chicos<br />

con un látigo, se les ataba a las máquinas, se les obligaba a cantar himnos para que no se durmieran. Si se<br />

adormecían, caían sobre aquellas, quedando mutilados o muriendo. Los padres pegaban a sus hijos para<br />

que acudieran al trabajo por las mañanas, y los niños sólo podían descansar unas pocas horas. Por tanto,

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