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Era una agradable y despejada mañana de domingo. Sin embargo, el viento<br />

soplaba frío y mostraba que, a pesar de ser mediados de abril, la estación había hecho<br />

una regresión. Por encima de un fino jersey negro de cuello redondo, Tengo vestía<br />

una chaqueta de espiguilla que había llevado desde su época de universitario, junto<br />

con unos chinos beis, y calzaba unos Hush Puppies marrones. Eran unos zapatos<br />

relativamente nuevos. Iba lo más arreglado de que era capaz.<br />

Cuando, en la estación de Shinjuku, Tengo llegó a la parte delantera del andén<br />

de la línea Chüō con dirección a Tachikawa, Fukaeri ya se encontraba allí. Estaba<br />

sentada sola en un banco, quieta, con los ojos entornados, mirando al aire. Vestía una<br />

gruesa chaqueta de invierno de color verde prado, por encima de un veraniego<br />

vestido de algodón estampado y calzaba unas zapatillas de deporte grises<br />

descoloridas, sin calcetines. Una combinación un tanto extraña para aquella época<br />

del año. El vestido era demasiado ligero y la chaqueta, demasiado gruesa. Pero el ir<br />

vestida así no parecía incomodarla. Tal vez manifestaba su particular visión del<br />

mundo mediante aquella contrariedad. No es que no lo pareciera, pero quizá<br />

simplemente había elegido la ropa al azar, sin pensárselo demasiado.<br />

Ni leía el periódico, ni un libro, ni escuchaba un walkman. Estaba allí sentada,<br />

simplemente, con aquellos grandes ojos negros mirando hacia delante. Era como si<br />

observara algo y como si no estuviera mirando absolutamente nada. Viéndola de<br />

lejos parecía una estatua realista hecha con materiales especiales.<br />

—¿Llevas mucho tiempo esperando? —le preguntó Tengo.<br />

Fukaeri lo miró a la cara y luego movió el cuello hacia los lados unos escasos<br />

centímetros. Aquellos ojos negros tenían un brillo intenso como la seda, pero sin<br />

embargo no mostraban la misma expresión que la última vez que se habían<br />

encontrado. En aquel momento parecía que no tenía demasiadas ganas de hablar con<br />

nadie, y por eso Tengo desistió de esforzarse por mantener la conversación y se sentó<br />

a su lado en el banco, sin decir nada.<br />

Una vez que el tren llegó, Fukaeri se levantó en silencio. Ambos se subieron.<br />

Para ser un expreso con dirección a Takao en un día no laborable, los pasajeros eran<br />

escasos. Tengo y Fukaeri se sentaron uno al lado del otro y se quedaron en silencio,<br />

contemplando el paisaje de la ciudad que iba pasando por la ventanilla de enfrente.<br />

Como Fukaeri seguía sin abrir la boca, Tengo también guardaba silencio. Ella se<br />

aguantaba cerrado el cuello de la chaqueta, como si se preparara para un intenso frío<br />

que estaba por venir, y miraba hacia delante, con los labios completamente sellados.<br />

Tengo tomó el libro que se había llevado y empezó a leer, pero, después de<br />

vacilar un instante, lo dejó. Se metió de nuevo el volumen en el bolsillo y, como para<br />

acompañar a Fukaeri, puso las manos sobre las rodillas y simplemente miró hacia<br />

delante, abstraído. Decidió pensar en algo, pero no se le ocurría nada. Como se había<br />

pasado un buen rato centrado en la corrección de La crisálida de aire, su mente parecía<br />

negarse a pensar en algo relevante. Tenía un bulto en los sesos semejante a un ovillo.

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