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Aomame alcanzó el sobre que reposaba encima de la mesa y colocó las siete fotos<br />

de polaroid que contenía al lado de la exquisita tetera de verdeceledón. Parecían<br />

cartas fatídicas de Tarot. Mostraban de cerca cada parte del cuerpo desnudo de una<br />

mujer joven. La espalda, el pecho, las nalgas, los muslos. Incluso la planta de los pies.<br />

Tan sólo no había fotos de la cabeza. En distintos sitios habían quedado marcas de<br />

violencia en forma de cardenales y verdugones. Parecía que habían utilizado un<br />

cinturón. Tenía el pubis afeitado, con marcas de quemaduras de cigarro. Aomame<br />

frunció el ceño sin querer. Había visto fotos semejantes, pero nunca tan atroces.<br />

—¿Es la primera vez que las ve? —preguntó la señora.<br />

Aomame asintió sin palabras.<br />

—Había oído lo que había ocurrido, pero es la primera vez que veo las fotos.<br />

—Lo hizo ese hombre —dijo la señora—. Le han tratado las tres fracturas, pero<br />

presenta síntomas de sordera en un oído y quizá nunca se recupere. —Aunque no<br />

alzó la voz, sonaba más fría y severa que antes. Sorprendentemente, el cambio de voz<br />

despertó a la mariposa posada sobre el hombro de la señora, que abrió las alas y se<br />

echó a revolotear. La mujer continuó—: No se puede dejar en paz a quien se<br />

comporta así. Pase lo que pase.<br />

Aomame ordenó las fotos y volvió a meterlas en el sobre.<br />

—¿No está de acuerdo?<br />

—Sí.<br />

—Nosotras hacemos lo correcto —dijo la señora.<br />

Se levantó de la silla y alzó la regadera que tenía al lado, probablemente para<br />

tranquilizarse. Era como si asiera un arma delicada. Tenía el rostro un poco pálido.<br />

Sus ojos se clavaron intensamente en un rincón del invernadero. Aomame siguió su<br />

mirada con la vista pero no encontró nada extraño. Sólo había una maceta de cardos.<br />

—Gracias por haber venido. Buen trabajo —dijo ella, con la regadera vacía en la<br />

mano. Parecía que la entrevista se había acabado.<br />

Aomame se levantó y recogió la bandolera.<br />

—El té estaba delicioso.<br />

—Se lo agradezco de nuevo —dijo la señora.<br />

Aomame sonrió un poco.<br />

—No se preocupe por nada —le dijo la señora. El tono de voz había vuelto, de<br />

repente, a la serenidad del principio. Una cálida luz se vislumbraba en sus ojos. Posó<br />

la mano suavemente sobre el brazo de Aomame—. Nosotras hemos hecho lo<br />

correcto.

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