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AOMAME<br />

Capítulo 7<br />

El sitio en el que está usted a punto de entrar<br />

El hall del edificio principal del Hotel Okura, amplio, sombrío y de techo alto,<br />

hacía pensar en una sofisticada y colosal caverna. Las voces de la gente charlando<br />

sentada en los sofás resonaban como suspiros de criaturas sin entrañas. La alfombra,<br />

gruesa y mullida, evocaba el musgo vetusto de las islas del lejano norte. Había ido<br />

absorbiendo el ruido de los pasos de la gente a lo largo del tiempo. Los hombres y<br />

mujeres que iban y venían por el hall parecían un tropel de espíritus, confinados<br />

desde tiempos remotos en aquel lugar a causa de alguna maldición, repitiendo sin<br />

cesar el papel que les habían asignado. Hombres ataviados con impolutos trajes de<br />

negocios, semejantes a armaduras, y chicas jóvenes y esbeltas engalanadas con<br />

elegantes vestidos negros para asistir a una ceremonia que se celebraba en algún<br />

salón. Los pequeños pero caros accesorios que las chicas llevaban ansiaban la tenue<br />

luz para emitir destellos, cual pájaros vampiro ávidos de sangre. Un matrimonio de<br />

ancianos extranjeros de gran estatura reposaba sus cuerpos fatigados en los tronos<br />

imperiales situados en un rincón, como un viejo rey y su consorte venidos a menos.<br />

Ciertamente, los pantalones de algodón azul claro, la sencilla blusa blanca, las<br />

zapatillas de deporte blancas y la bolsa de deporte Nike de color azul que Aomame<br />

llevaba no encajaban en aquel lugar lleno de leyendas e insinuaciones. «Debo de<br />

parecer una canguro requerida por alguno de los clientes del hotel», pensó Aomame,<br />

mientras mataba el tiempo sentada en una gran butaca. «¡Pero qué se le va a hacer!<br />

No he venido aquí para una visita de cortesía.» Mientras estaba sentada, tuvo la<br />

ligera sensación de que alguien la observaba. Sin embargo, miró varias veces a su<br />

alrededor y no vio a nadie que pareciera espiarla. «¡Bueno!», pensó. «¡Si quieren<br />

mirar, que miren cuanto les dé la gana!»<br />

Cuando las agujas de su reloj de pulsera marcaron las seis y cincuenta minutos,<br />

Aomame se levantó y se dirigió al lavabo con la bolsa de deporte colgada al hombro.<br />

Se lavó las manos con jabón y comprobó una vez más que iba bien arreglada. Luego

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