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—Entonces, en otras palabras, ¿que el mundo se vaya a acabar de un momento a<br />

otro es como si te dieran una buena patada en los testículos? —preguntó Aomame.<br />

—Como no he vivido el fin del mundo, no puedo afirmarlo, pero tal vez sea así<br />

—dijo el hombre, y clavó una mirada vaga en el aire—. No se siente más que una<br />

profunda impotencia. Es oscuro y angustioso y no hay salvación.<br />

Después de aquello, Aomame vio por casualidad, en una emisión nocturna de la<br />

televisión, la película La hora final. Era un filme estadounidense realizado en la<br />

segunda mitad de los años sesenta. Estallaba una guerra total entre Estados Unidos y<br />

la Unión Soviética, numerosos misiles nucleares volaban con pomposidad entre los<br />

continentes, como un banco de peces voladores, el planeta era asolado con<br />

decepcionante facilidad y la humanidad se extinguía en casi todas las partes del<br />

mundo. Sin embargo, debido a la dirección del viento, las letales cenizas radiactivas<br />

todavía no habían alcanzado Australia, en el hemisferio sur, aunque era cuestión de<br />

tiempo. La aniquilación del ser humano no se podía evitar por ningún medio. En<br />

aquellas tierras, los supervivientes esperaban irremediablemente el final que había<br />

de llegar. Cada uno vivía los últimos días a su manera. Ese era el argumento. Se<br />

trataba de una película oscura, sin salvación (no obstante, mientras veía la película,<br />

Aomame volvió a confirmar que, en el fondo, todos esperamos la llegada del fin del<br />

mundo).<br />

De cualquier modo, mientras veía la película a solas, a medianoche, Aomame<br />

conjeturó que «en efecto, al recibir una buena patada en los testículos se debe de<br />

sentir lo mismo», lo cual, a su manera, la convenció.<br />

Después de salir de la Facultad de Ciencias del Deporte, Aomame trabajó<br />

durante apenas cuatro años en una empresa que fabricaba bebidas para deportistas y<br />

alimentos saludables, y formó parte del club de sófbol femenino de la empresa como<br />

jugadora principal (además de lanzadora as, cuarta bateadora).8 El equipo fue<br />

ascendiendo y entró varias veces en el campeonato nacional Best Eight. Pero al mes<br />

siguiente de morirse Tamaki Ōtsuka, Aomame solicitó el cese y puso punto final a su<br />

carrera como deportista de sófbol, ya que a partir de entonces nunca más volvió a<br />

sentir ganas de jugar. Estaba decidida a cambiar completamente de vida. Entonces,<br />

por mediación de un compañero mayor que ella de su época universitaria, consiguió<br />

un empleo como instructora en un club de deportes en Hiroo.<br />

En el club se encargaba, principalmente, de las clases de tonificación muscular y<br />

artes marciales. Era un conocido club de categoría, con cuotas de entrada y de socio<br />

caras, en el que había muchos miembros famosos. Aomame impartía varios cursos de<br />

defensa personal para mujeres. Ése era el campo que mejor se le daba. Fabricó un<br />

muñeco de lona con forma de hombre corpulento y le cosió un guante negro de<br />

8 En el béisbol y sófbol japonés, los jugadores que batean en la cuarta posición, dentro de<br />

la alineación del equipo, suelen ser muy buenos. (N. del T.)

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