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—Gracias. Este, probablemente, sea mi último trabajo. Quizá no vuelva a verte<br />

nunca más.<br />

Tamaru estiró las manos, con las palmas mirando hacia arriba, como quien<br />

espera a que llueva en pleno desierto. Pero no dijo nada. Sus palmas eran grandes y<br />

gruesas, salpicadas de cortes. En vez de partes del cuerpo parecían enormes piezas<br />

de maquinaria pesada.<br />

—No me gustan demasiado las despedidas —dijo Tamaru—. Yo ni siquiera tuve<br />

la oportunidad de decirles adiós a mis padres.<br />

—¿Fallecieron?<br />

—No sé si están vivos o muertos. Nací en Sajalín un año antes de que terminara<br />

la guerra. El sur de Sajalín era una colonia japonesa llamada, por aquel entonces,<br />

Karafuto, pero en el verano de 1945 fue ocupada por el Ejército soviético, y mis<br />

padres fueron capturados como prisioneros de guerra. Por lo visto, mi padre<br />

trabajaba en unas instalaciones portuarias. La mayoría de los prisioneros civiles<br />

japoneses fueron repatriados, pero como mis padres eran coreanos que habían sido<br />

enviados a Sajalín como mano de obra, no les permitieron regresar a Japón. El<br />

Gobierno japonés se negó a reclamarlos. El motivo era que, al terminar la guerra, las<br />

personas oriundas de la península de Corea dejaron de ser súbditas del Imperio del<br />

Japón. Algo espantoso. No había ni un ápice de humanidad. Los que lo desearan<br />

podían ir a Corea del Norte, pero no les dejaban regresar al sur, porque por aquel<br />

entonces la Unión Soviética no reconocía la existencia de Corea del Sur. Mis padres<br />

habían nacido en un pueblo pesquero a las afueras de Busan y no querían ir al norte,<br />

donde no tenían familiares ni conocidos. A mí, que todavía era un bebé, me dejaron<br />

en manos de unos repatriados japoneses que me llevaron a Hokkaidō. La situación<br />

del suministro de víveres en Sajalín por aquella época, así como el trato que recibían<br />

los prisioneros del Ejército soviético, eran terribles. Aparte de mí, mis padres tenían<br />

unos cuantos hijos más, todos niños pequeños, y criarme allí debía de ser<br />

complicado. Supongo que querían enviarme a Hokkaidō a mí primero para luego<br />

poder volver a juntarnos todos. O tal vez simplemente querían librarse con tacto de<br />

una molestia. Ignoro qué fue lo que ocurrió con exactitud. De todos modos, nunca<br />

volvimos a vernos. Quizás aún permanezcan en Sajalín. Quiero decir que quizá no<br />

hayan muerto todavía.<br />

—¿No recuerdas nada de tus padres?<br />

—Absolutamente nada, porque cuando me separé de ellos sólo tenía un año de<br />

edad. Tras haber sido criado durante un tiempo por aquel matrimonio, me metieron<br />

en un orfanato en medio de las montañas, en las afueras de Hakodate. Supongo que<br />

ellos tampoco se podían permitir ocuparse de mí para siempre. Se trataba de un<br />

centro dirigido por una comunidad católica, pero era un lugar terrible. Había una<br />

cantidad enorme de niños que se habían quedado huérfanos tras la guerra, y la<br />

comida y la calefacción eran insuficientes. Teníamos que hacer muchas cosas para<br />

poder sobrevivir. —Tamaru miró de reojo el dorso de su mano derecha—. Luego me

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