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Tamaki se suicidó un día ventoso a finales de otoño, tres días después de su<br />

vigésimo sexto cumpleaños. Murió ahorcada en su casa. El marido la descubrió la<br />

noche del día siguiente, cuando regresó a casa de un viaje de negocios.<br />

—En el hogar no teníamos ningún problema y nunca la oí quejarse. No tengo ni<br />

idea de por qué se ha suicidado —declaró el marido a la policía. Los suegros dijeron<br />

algo similar.<br />

Pero era mentira. La incesante violencia sádica del marido había lacerado a<br />

Tamaki, tanto física como psíquicamente. El comportamiento de su esposo se<br />

aproximaba al territorio de la paranoia. Sus suegros también estaban más o menos<br />

enterados. Cuando la policía realizó la autopsia, vio el estado del cuerpo y se percató<br />

de la situación, pero no acudió a los tribunales. Aunque llamaron al marido y lo<br />

interrogaron, la causa del fallecimiento era claramente un suicidio y, además, cuando<br />

ella se murió, él estaba de viaje de negocios por Hokkaidō. No se le aplicó una pena<br />

criminal. El hermano pequeño de Tamaki le confesó en secreto a Aomame lo que<br />

había ocurrido: había habido violencia desde un principio y, a medida que el tiempo<br />

pasaba, se había vuelto más persistente y cruel. Pero Tamaki no podía huir de<br />

aquella especie de pesadilla. A Aomame no le dijo ni una palabra, porque sabía<br />

desde un principio cuál hubiera sido la respuesta si le hubiera pedido consejo. Era<br />

obvio que le hubiera dicho que se fuera de inmediato de aquella casa. Pero no podía<br />

hacerlo.<br />

Justo antes de suicidarse, en el último momento, Tamaki había enviado una larga<br />

carta a Aomame. «Me he equivocado desde el principio; tú tenías razón», decía al<br />

inicio de la carta. Así había concluido su vida.<br />

«Mi vida diaria es un infierno. Pero, haga lo que haga, no puedo escapar de él,<br />

porque no sé adónde podría ir si huyera. Estoy encerrada en la terrible prisión de la<br />

impotencia. Me he metido en ella voluntariamente, yo misma he echado el cerrojo y<br />

he lanzado la llave muy lejos. La boda fue un error, sin duda, como tú me advertiste.<br />

Pero el problema más serio no reside en mi marido, no reside en la vida de casada,<br />

reside en mi interior. Todo el dolor que siento me lo merezco. No puedo reprochar<br />

nada a nadie. Tú eres mi única amiga, la única persona en quien puedo confiar en<br />

este mundo. Sin embargo, ya no tengo salvación. Si es posible, acuérdate de mí para<br />

siempre, por favor. Ojalá hubiéramos jugado al sófbol juntas para siempre.»<br />

Mientras leía la carta, Aomame se sintió fatal. El cuerpo no dejaba de temblarle.<br />

Aunque llamó por teléfono varias veces a casa de Tamaki, nadie contestaba al<br />

aparato. Sólo saltaba un mensaje grabado. Aomame tomó un tren y luego fue a pie<br />

hasta la casa de su amiga, en Okusawa, en el distrito de Setagaya. Era una gran<br />

mansión cercada por un alto muro. Llamó al telefonillo de la entrada, pero tampoco<br />

obtuvo respuesta. En el interior sólo ladraba un perro. No le quedó más remedio que<br />

resignarse y dar media vuelta. Obviamente, no había forma de que Aomame lo<br />

supiera, pero en ese momento Tamaki aún respiraba. Había atado una cuerda al<br />

pasamano de las escaleras, y pendía de ella, completamente sola. Dentro de la casa,

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