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Tengo sacó el libro del bolsillo y empezó a leer «El pueblo de los gatos» en voz<br />

alta. El padre prestaba atención a la historia, sentado sin cambiar de postura, en la<br />

silla al lado de la ventana. Tengo leía despacio, con voz clara. En medio hizo dos o<br />

tres pausas para tomar un respiro. En cada ocasión miró al padre a la cara, pero<br />

nunca percibió ningún tipo de reacción. No sabía si estaba disfrutando o no de la<br />

historia. Cuando terminó de leerla, el padre se quedó quieto, con los ojos cerrados,<br />

sin hacer un solo movimiento. Parecía dormido, pero no lo estaba. Simplemente se<br />

había metido en el mundo del relato. Tardó un buen rato en salir de allí. Tengo<br />

esperó con paciencia. La luz de la tarde se debilitó un poco y alrededor empezaron a<br />

percibirse indicios del atardecer. El viento procedente del mar seguía meciendo las<br />

ramas de los pinos.<br />

—¿Habrá televisión en ese pueblo de los gatos? —preguntó su padre desde una<br />

perspectiva profesional.<br />

—La historia se escribió en la Alemania de los años treinta y, en aquella época,<br />

aún no había televisión, pero sí radio.<br />

—Yo estuve en Manchuria, y allí ni siquiera había radios. Ni emisoras. Apenas<br />

llegaba la prensa y leíamos periódicos de hacía medio mes. No teníamos nada que<br />

llevarnos a la boca y tampoco había mujeres. De vez en cuando aparecían lobos.<br />

Aquello estaba en el fin del mundo.<br />

Permaneció un tiempo callado, reflexionando sobre algo. Quizá recordara la<br />

ardua vida que había llevado como colono en Manchuria, siendo joven. Pero los<br />

recuerdos enseguida se enturbiaron y fueron tragados por el vacío. Gracias a los<br />

cambios en la expresión del padre era posible entrever esa actividad mental.<br />

—¿Construyeron los gatos el pueblo? ¿O fueron los antiguos humanos los que lo<br />

construyeron y luego los gatos se asentaron allí? —preguntó el padre frente al cristal<br />

de la ventana, como si hablara consigo mismo. No obstante, aquella pregunta parecía<br />

dirigida a Tengo.<br />

—No lo sé —contestó Tengo—. Pero supongo que lo construyeron los seres<br />

humanos hace mucho tiempo. Por algún motivo, éstos desaparecieron y los gatos se<br />

asentaron allí. Quizá se murieron todos por alguna epidemia.<br />

El padre asintió.<br />

—Cuando surge un vacío, algo tiene que llenarlo. Todos lo hacemos.<br />

—¿Todos lo hacemos?<br />

—Eso es —afirmó el padre.<br />

—¿Qué vacío llena usted?<br />

El padre se puso serio. Sus tupidas cejas descendieron y le cubrieron los ojos.<br />

Luego habló con cierto tono de burla.<br />

—Tú no lo entiendes.

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