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—Pero puede estar tranquila. Estas cuestiones personales no han enturbiado mi<br />

juicio. No voy a exponerla en vano al peligro. Usted también es una hija inestimable<br />

para mí. Nosotras ya somos una familia.<br />

Aomame asintió en silencio.<br />

—Tenemos que liquidar a ese hombre pase lo que pase —dijo la señora, como<br />

para convencerse a sí misma. Luego miró a Aomame a la cara—. A la mínima<br />

oportunidad, debemos enviarlo al otro barrio, antes de que hiera a otra gente.<br />

Aomame observó la cara de Tsubasa, que se encontraba sentada al otro lado de<br />

la mesa. El foco de sus pupilas no estaba ligado a nada. Sólo contemplaba un punto<br />

imaginario. A ojos de Aomame, aquella niña era como una concha vacía.<br />

—Sin embargo, al mismo tiempo, tampoco debemos apresurarnos —dijo la<br />

señora—. Tenemos que ser cautelosas y pacientes.<br />

Aomame dejó en la habitación a la señora y a la niña y salió del edificio sola. La<br />

señora le había dicho que esperaría junto a Tsubasa hasta que ésta se quedara<br />

dormida. En el vestíbulo, cuatro mujeres se habían sentado alrededor de una mesa<br />

redonda y charlaban en voz baja, con cuchicheos. A ojos de Aomame, aquélla no<br />

parecía una escena real. Parecía que formaban parte de la composición de un cuadro<br />

fantástico. El título podría ser algo así como Mujeres compartiendo un secreto. Aunque<br />

Aomame pasó delante de ellas, la composición que las mujeres habían creado no<br />

mostró alteraciones.<br />

Aomame se puso en cuclillas fuera del zaguán y estuvo acariciando al pastor<br />

alemán un buen rato. La perra agitaba el rabo con fuerza, como si estuviera alegre.<br />

Cada vez que se encontraba con ella se preguntaba, extrañada, por qué los perros<br />

podían sentir tal dicha incondicional. Aomame nunca había tenido perros, gatos ni<br />

pájaros. Tampoco había sentido en su vida ganas de comprar una planta. Luego se<br />

acordó de repente y miró al cielo. Pero estaba encapotado con nubes grises y<br />

uniformes, como insinuando la llegada de la estación de las lluvias, y no se veía la<br />

Luna. Era una noche apacible sin viento. Aunque a través de las nubes se atisbaba un<br />

indicio de luz lunar, no sabía cuántas lunas había.<br />

Mientras caminaba hacia la estación de metro, Aomame reflexionó sobre la<br />

extravagancia del mundo. Si no somos más que simples portadores genéticos, como<br />

dijo la señora, ¿por qué muchos de nosotros tienen que llevar una vida tan extraña?<br />

Si viviéramos de forma simple una vida simple, sin pensar demasiado, y nos<br />

afanáramos sólo por mantenernos con vida y reproducirnos, ¿no se habría logrado<br />

con creces nuestro objetivo de transmitir el ADN? ¿Qué ganan los genes con el hecho<br />

de que existan personas que lleven una vida complicada y retorcida, a veces<br />

sumamente extraña?

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