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palabras de otra índole, su cuerpo empezaba a utilizar otros músculos. El tono de voz<br />

cambiaba, sus facciones mudaban también un poco A Tengo le agradaba esa<br />

impresión de reemplazo. Era la sensación de pasar de una habitación a otra o de<br />

cambiarse unos zapatos por otros<br />

Al entrar en el mundo de las matemáticas podía distenderse unos grados con<br />

respecto a cuando estaba en la vida corriente o cuando escribía novelas, y se volvía<br />

más elocuente. Pero al mismo tiempo tenía la impresión de convertirse en una<br />

persona un tanto oportunista. Era incapaz de juzgar cuál era su verdadero yo. No<br />

obstante, podía realizar esa conmutación de forma natural, casi inconscientemente.<br />

También se daba cuenta de que, en mayor o menor medida, tenía necesidad de<br />

transformarse.<br />

Como profesor de matemáticas, desde la tarima inculcaba a los alumnos con qué<br />

avidez las matemáticas buscaban la lógica. En el dominio de las matemáticas lo<br />

indemostrable era inútil, y si podía demostrarse, los misterios del mundo cabían en<br />

las manos de la gente, como ostras blandas. Sus clases se caracterizaban por un ardor<br />

poco habitual, y los alumnos lo escuchaban, involuntariamente, cautivados por su<br />

facundia. Al mismo tiempo que les enseñaba métodos prácticos y eficaces para<br />

resolver los problemas matemáticos, desvelaba con brillantez la magia que se<br />

escondía tras todo aquello. Tengo miraba hacia la clase y sabía que aquellas chicas de<br />

diecisiete y dieciocho años lo estaban observando fijamente, con un profundo<br />

respeto. Sabía que las estaba seduciendo mediante las matemáticas. Su elocuencia era<br />

un tipo de juego preliminar intelectual. Las funciones les acariciaban la espalda; los<br />

teoremas exhalaban su cálido aliento en sus orejas. Pero desde que había conocido a<br />

Fukaeri, Tengo no había vuelto a sentir ningún interés sexual por esas chicas. No<br />

pensaba en oler sus pijamas.<br />

«Fukaeri es un ser único», pensó nuevamente Tengo. «No se puede comparar<br />

con las demás chicas. Para mí tiene un significado especial, sin duda. Ella es, cómo<br />

podría decirlo, un mensaje global dirigido a mí. Y sin embargo soy incapaz de<br />

leerlo.»<br />

«Con todo, más me vale dejar de mezclarme con Fukaeri.» Ésa fue la lúcida<br />

conclusión a la que llegó su raciocinio. Más le valía alejarse todo lo posible de La<br />

crisálida de aire, que se apilaba en los escaparates de las librerías; del profesor<br />

Ebisuno, de quien no sabía qué pensaba, y de aquella inquietante y misteriosa<br />

organización religiosa. Más le valía guardar las distancias con Komatsu, por lo<br />

menos durante algún tiempo. Si no, lo arrastrarían hasta un punto cada vez más<br />

confuso. Lo arrinconarían en un lugar peligroso y totalmente desprovisto de lógica y<br />

acabarían metiéndolo en un atolladero.<br />

Sin embargo, Tengo era consciente de que retirarse de aquel intrincado complot<br />

en la fase en la que estaban no sería fácil. El ya estaba involucrado. No lo habían<br />

metido en una conspiración sin él darse cuenta, como los protagonistas de las

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