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después. Podría comer solo y volver a casa. De ese modo habría cumplido su<br />

obligación para con Komatsu.<br />

Fukaeri apareció a las seis y veintidós. Llegó acompañada del camarero y se<br />

sentó en el asiento de enfrente. Posó sus pequeñas manos sobre la mesa, sin quitarse<br />

el abrigo, y miró a Tengo fijamente a la cara. Ni dijo «Siento haber llegado tarde», ni<br />

«Siento haberte hecho esperar». Ni siquiera «Encantada» u «Hola». Sólo miró a<br />

Tengo a la cara con los labios sellados. Como si contemplara desde lejos un paisaje<br />

nunca visto. «¡Increíble!», pensó Tengo.<br />

Fukaeri era de complexión pequeña y tenía unas facciones todavía más bellas<br />

que en las fotografías. A Tengo, la parte de la cara que más le llamó la atención<br />

fueron sus ojos. Unos ojos impresionantes y profundos. Al contemplar aquel par de<br />

graciosas pupilas de color azabache, Tengo se sintió perturbado. Ella apenas<br />

parpadeaba. Parecía que ni siquiera respiraba. Tenía el cabello liso como si alguien se<br />

lo hubiera trazado, pelo por pelo, con una regla, y la forma de sus cejas combinaba<br />

muy bien con su peinado. Como suele ocurrirles a muchas bellas adolescentes, su<br />

expresión carecía del poso de la experiencia. Además, también podía percibirse cierta<br />

desarmonía. Tal vez porque había alguna diferencia entre la profundidad de su ojo<br />

izquierdo y la del derecho, lo cual hacía que uno se sintiera incómodo al mirarla.<br />

Saber en qué pensaba era un misterio insondable. En ese sentido, no se ajustaba al<br />

tipo de chica guapa que se hace modelo de revista o cantante famosa. Pero, en<br />

cambio, tenía algo que provocaba y atraía a la gente.<br />

Tengo cerró el libro, lo dejó a un lado de la mesa, enderezó la espalda, cambió de<br />

postura y bebió agua. Era tal y como Komatsu le había dicho. Si ganara el premio, los<br />

medios de comunicación no la dejarían en paz. Estaba claro que armaría cierto<br />

revuelo. ¿Pero se detendría todo ahí?<br />

El camarero vino y dejó un vaso de agua y el menú delante de ella. No obstante,<br />

Fukaeri permanecía quieta. Sólo miraba a Tengo, ni siquiera tocó el menú. A Tengo<br />

no le quedó más remedio que decirle hola. Delante de ella, se sentía aún más<br />

corpulento.<br />

Fukaeri se quedó mirándolo a la cara, sin devolverle el saludo.<br />

—Te conozco —dijo poco después en voz baja.<br />

—¿Que me conoces? —preguntó Tengo.<br />

—Enseñas matemáticas.<br />

Tengo asintió.<br />

—En efecto.<br />

—Te he escuchado un par de veces.<br />

—¿Mis clases?<br />

—Sí.

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