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La señora siempre hablaba en voz baja. A un volumen suficiente para que lo<br />

apagara el viento si soplaba con un poco de fuerza. Por eso, el que la escuchaba<br />

siempre tenía que prestar especial atención. De vez en cuando, Aomame sentía el<br />

deseo de estirar la mano y girar hacia la derecha el control del volumen. Pero,<br />

obviamente, no había ningún control del volumen. Por eso no le quedaba más<br />

remedio que prestar la máxima atención.<br />

—Pero, por lo visto, que haya desaparecido así de pronto no es ningún<br />

inconveniente. El mundo sigue girando —dijo Aomame.<br />

La señora sonrió.<br />

—En este mundo no hay nadie irreemplazable. Por muchos conocimientos o<br />

habilidades que se tengan, en general siempre hay un sucesor en alguna parte. Si el<br />

mundo estuviera repleto de gente insustituible, nosotras nos veríamos en apuros,<br />

¿no? Por supuesto... —añadió ella. Luego alzó el dedo índice recto en el aire para<br />

enfatizar—. Aunque no se podría encontrar a nadie que sustituyera a una persona<br />

como tú.<br />

—Aunque no me encontraran un sustituto, no creo que resultara tan difícil hallar<br />

un recurso suplente —indicó Aomame.<br />

La señora miró a Aomame con serenidad. Sus labios esbozaron una sonrisa de<br />

satisfacción.<br />

—Tal vez —dijo ella—, Pero, en ese caso, ahora probablemente no estaríamos<br />

aquí las dos juntas, compartiendo este momento. Usted es usted y nadie más que<br />

usted. Le estoy muy agradecida. No puedo expresarlo con palabras.<br />

La dueña de aquella mansión se inclinó, extendió la mano y la puso sobre el<br />

dorso de la mano de Aomame. La dejó así durante tan sólo diez segundos. Luego la<br />

retiró y, todavía con cara de satisfacción, arqueó la espalda. Una mariposa revoloteó<br />

sin rumbo fijo y se posó en el hombro de la camisa azul de la señora. Era una<br />

pequeña mariposa blanca con unas cuantas pintas de color escarlata. La mariposa se<br />

quedó allí dormida, como si no tuviera nada que temer.<br />

—Quizá no hayas visto nunca esta mariposa —dijo la señora mirándose de reojo<br />

el hombro. En su voz se percibía una tenue presunción—. Ni en Okinawa es tan fácil<br />

encontrarla. Esta mariposa sólo se alimenta de una clase de flor. De una flor especial<br />

que florece únicamente en las montañas de Okinawa. Para criarla, primero tengo que<br />

traer esa flor y cultivarla. Lleva bastante trabajo y, por supuesto, también cuesta<br />

dinero.<br />

—Parece que se ha encariñado con usted.<br />

La señora sonrió.<br />

—¿Cree que ella es amiga mía?<br />

—¿Se puede ser amiga de una mariposa?

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