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Pese a que seguramente no existía ningún lazo de sangre entre ellos, aquel<br />

hombre lo había reconocido como hijo legítimo y se había encargado de él hasta que<br />

Tengo se había podido independizar. Tenía que estarle agradecido por ello. Tenía el<br />

deber de informarle sobre cómo había vivido hasta entonces y cómo se había sentido<br />

todo ese tiempo. Eso creía Tengo. «No. No es un deber. Es una simple cuestión de<br />

cortesía. No importa si lo que digo llega a sus oídos o si sirve de algo.»<br />

Tengo volvió a sentarse en el taburete al lado de la cama y comenzó a contarle la<br />

vida que había llevado hasta entonces. Empezó por el momento en que entró en el<br />

instituto, se fue de casa y comenzó a vivir en la residencia del club de judo. A partir<br />

de entonces, su vida y la vida de su padre habían perdido prácticamente todo punto<br />

de conexión y cada uno dejó de estar al tanto de lo que el otro hacía. Era mejor llenar<br />

ese enorme vacío todo lo que pudiera.<br />

De la vida de Tengo en su época del instituto, sin embargo, no había nada digno<br />

de contar. Había entrado en un instituto privado de la prefectura de Chiba cuyo club<br />

de judo gozaba de gran prestigio. Podría haber ido fácilmente a un centro de mayor<br />

calidad, pero las condiciones que le dispensaba aquel instituto eran las mejores.<br />

Estaba exento de los gastos escolares y encima disponía de residencia con pensión<br />

completa. Tengo era la estrella del club de judo, estudiaba entre los entrenamientos<br />

(aunque no se aplicaba demasiado en los estudios, en aquel centro podía conseguir<br />

sin demasiado esfuerzo ser uno de los mejores de la clase) y en su tiempo libre se<br />

ganaba algún dinero para sus gastos personales realizando a tiempo parcial trabajos<br />

que requerían gran esfuerzo físico con algunos colegas del equipo de judo. Tenía<br />

muchas cosas que hacer y los días transcurrían contrarreloj. No había mucho más<br />

que contar de aquellos tres años de vida en el instituto, aparte de que había estado<br />

ocupado. No fue una época especialmente divertida, ni había hecho ningún amigo<br />

íntimo. En el instituto había demasiadas normas, y no le gustaba. Aunque se llevaba<br />

bastante bien con sus compañeros del club de judo, sus intereses eran diferentes. A<br />

decir verdad, Tengo nunca se había entregado de lleno a la competición del judo.<br />

Simplemente se esforzaba en los entrenamientos para no defraudar las expectativas<br />

generadas a su alrededor y porque necesitaba obtener buenos resultados para poder<br />

llevar una vida independiente. Para él, más que un deporte era un medio práctico<br />

para ir sobreviviendo. Incluso podría llamársele trabajo. Había vivido esos tres años<br />

deseando terminar cuanto antes y llevar una vida un poco más decente.<br />

Pero al ingresar en la universidad siguió practicando judo. Básicamente llevó la<br />

misma vida que en su época del instituto, puesto que al formar parte del club de judo<br />

había podido entrar en una residencia y no tenía que preocuparse por tener un lugar<br />

donde dormir y comer (aunque fueran de calidad ínfima). Recibía una beca, pero la<br />

beca sola no le permitía vivir. Por eso necesitaba seguir con el judo. Eligió,<br />

naturalmente, la rama de las matemáticas. Estudiando a su manera consiguió buenas<br />

notas, y su tutor le recomendó hacer el posgrado. Sin embargo, mientras cursaba<br />

tercero y cuarto, Tengo fue perdiendo rápidamente esa pasión que sentía por las

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