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se lo decían sus entrenadores y sus compañeros de judo en el instituto y la<br />

universidad: «Tienes cualidades, tienes fuerza y entrenas bien. Sin embargo, te falta<br />

entusiasmo». Quizá tuvieran razón. Era raro que a Tengo le pasara por la cabeza:<br />

«Quiero ganar tal cosa». Por eso muchas veces se había clasificado para las<br />

semifinales o la final, pero en el momento decisivo siempre había perdido. Era una<br />

tendencia que lo afectaba en todos los ámbitos de la vida, no sólo en el judo. Podría<br />

decirse que gastaba flema, que no lo daba todo. Lo mismo le ocurría con las novelas.<br />

Sus textos no estaban nada mal y podía crear historias bastante interesantes, pero<br />

carecía de la fuerza necesaria para, arriesgándose, apelar al corazón del lector. Al<br />

terminar de leer, uno se quedaba insatisfecho, como si faltara algo. Por eso siempre<br />

había llegado a la final, pero nunca se había llevado el premio. Era exactamente como<br />

Komatsu le había dicho.<br />

Sin embargo, después de reescribir La crisálida de aire, Tengo sintió una especie<br />

de rabia que no había sentido en su vida. En el momento de corregir, se había<br />

entregado por completo a la tarea. Tan sólo movía las manos, sin pensar en nada. Sin<br />

embargo, cuando la terminó y se la entregó a Komatsu, lo asaltó una profunda<br />

impotencia. Una vez pasado ese sentimiento, una especie de ira lo invadió,<br />

procedente del fondo del estómago. Era ira hacia sí mismo. «Me he valido de la<br />

historia de otra persona para reescribirla, y eso equivale a un embaucamiento.<br />

Además lo he hecho con mayor entusiasmo que cuando escribo mi propia obra.»<br />

Tengo sintió vergüenza de sí mismo. «¿Acaso no saca el escritor una historia que late<br />

en su interior para expresarla con las palabras adecuadas? ¿Es que no te parece<br />

vergonzoso? Si realmente quisieras, tú también podrías escribir algo así. ¿O no?»<br />

Pero tenía que demostrárselo.<br />

Tengo decidió abandonar todas las obras que había escrito hasta entonces y<br />

escribir una nueva historia a partir de una hoja en blanco. Cerró los ojos y durante un<br />

buen rato prestó oído al reguero que manaba de la pequeña fuente en su interior. Al<br />

cabo de un tiempo, las palabras le vinieron de forma espontánea a la cabeza. Poco a<br />

poco, con el tiempo, fue componiendo un texto.<br />

En mayo, después de mucho tiempo, recibió una llamada de Komatsu. Fue antes<br />

de las nueve de la noche.<br />

—¡Se lo han dado! —exclamó Komatsu. En su voz se percibía un eco de<br />

entusiasmo; algo raro en él.<br />

Al principio, Tengo no comprendió qué estaba diciendo.<br />

—¿El qué?<br />

—¿Cómo que «el qué»? ¡Por fin le han dado el premio a La crisálida de aire! La<br />

decisión ha sido unánime. No ha sido necesaria ninguna deliberación. Aunque claro,<br />

es normal. La obra vale eso y mucho más. En fin, que el asunto va para adelante.<br />

Ahora, vamos en el mismo barco. Tenemos que darlo todo.

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