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—Te comprendo —dijo el profesor. Luego se frotó ligeramente una mano contra<br />

la otra, como si acabara de advertir el frío que invadía la sala—, Y por lo que he oído,<br />

estás corrigiendo la novela que Eri ha escrito para convertirla en una obra mejor e<br />

intentar ganar el premio de la revista literaria. Intentáis darla a conocer como<br />

escritora. ¿Estoy en lo cierto?<br />

Tengo midió sus palabras con cuidado.<br />

—Básicamente, sí. Komatsu, el editor, es el dueño de la idea. La verdad es que no<br />

sé si el plan va a salir bien o mal. Ni siquiera sé si es admisible desde un punto de<br />

vista moral. Mi único papel en este asunto es corregir estilísticamente la obra, La<br />

crisálida de aire. Se puede decir que sólo soy un técnico. Del resto, el responsable es el<br />

señor Komatsu.<br />

El profesor se concentró durante un instante pensando en algo. Casi podía oírse<br />

el ruido de su cabeza dando vueltas en medio de la sala enmudecida. Luego habló.<br />

—Ese editor, Komatsu, ideó el plan y tú colaboras en él como técnico.<br />

—Exacto.<br />

—En el pasado yo fui científico y, francamente, las novelas no eran algo que<br />

leyera con demasiado entusiasmo, así que desconozco las convenciones de ese<br />

mundo, pero lo que os proponéis me suena a una especie de fraude. ¿Me equivoco?<br />

—No, no se equivoca. Yo pienso lo mismo que usted —dijo Tengo.<br />

El profesor frunció ligeramente el ceño.<br />

—Y sin embargo, a pesar de que el proyecto resulta dudoso a nivel ético, estás<br />

participando en él de buena gana.<br />

—Lo de buena gana no es así, pero lo de que estoy participando es cierto.<br />

—¿Cómo es posible?<br />

—Ésa es la pregunta que me he estado haciendo una y otra vez durante la última<br />

semana —se sinceró Tengo.<br />

El profesor y Fukaeri permanecieron callados, a la espera de que Tengo siguiera<br />

hablando.<br />

—Mi raciocinio, mi sentido común y mi instinto me aconsejan alejarme de este<br />

asunto cuanto antes. Yo siempre he sido una persona prudente y razonable. No me<br />

gustan las apuestas ni los riesgos. Supongo que puede decirse que soy más bien<br />

cobarde. Pero esta vez, y sólo esta vez, de algún modo fui incapaz de decir que no a<br />

este asunto arriesgado con el que me vino el señor Komatsu. El único motivo es que<br />

La crisálida de aire tiene para mí un atractivo irresistible. Si fuera cualquier otra obra,<br />

lo rechazaría sin pensármelo dos veces.<br />

El profesor se quedó mirándolo a la cara, extrañado, durante un rato.

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