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Después de vacilar un instante, Tengo le reveló lo que sentía.<br />

—Tengo la impresión de que, al final, la conversación va a ser infructuosa y todo<br />

saldrá mal.<br />

Fukaeri cambió de postura y miró a Tengo directamente a la cara.<br />

—Qué temes —preguntó ella.<br />

—¿Que qué temo? —repitió Tengo con otras palabras.<br />

Fukaeri asintió en silencio.<br />

—Quizá tema conocer a alguien nuevo. Sobre todo, siendo un domingo por la<br />

mañana —respondió Tengo.<br />

—Por qué domingo —preguntó Fukaeri.<br />

A Tengo empezaron a sudarle las axilas. Sintió que el pecho se le constreñía.<br />

Conocer a alguien nuevo y que ocurriera algo nuevo que amenazara su existencia.<br />

—Por qué domingo —volvió a preguntar Fukaeri.<br />

Tengo recordó los domingos de su infancia. Al terminar de hacer la ruta de cobro<br />

prevista, durante todo el día, su padre lo llevaba a un restaurante enfrente de la<br />

estación y le decía que pidiera lo que le apeteciera. Era como una especie de<br />

recompensa. Para ellos dos, que llevaban una vida humilde, era prácticamente la<br />

única ocasión de comer fuera. En esos momentos, su padre pedía una cerveza, cosa<br />

insólita (casi nunca bebía alcohol). Pero, sin embargo, Tengo no tenía ningún apetito.<br />

Aunque por regla general siempre andaba con hambre, los domingos, por algún<br />

motivo, nada parecía saberle bien. Le resultaba penoso comerse todo lo que pedía,<br />

sin dejar nada —dejar comida era completamente inaceptable. A veces, sin querer, le<br />

daban arcadas. Así habían sido los domingos de su infancia.<br />

Fukaeri lo miró a la cara. Buscaba algo en sus ojos. Luego extendió una mano y<br />

agarró la de Tengo. Él se sorprendió, pero se esforzó para que el asombro no se<br />

reflejara en su rostro.<br />

Fukaeri estuvo sujetándole suavemente la mano hasta que el tren llegó a la<br />

estación de Kunitachi. La mano de la chica era más sólida y suave de lo que cabía<br />

pensar. Ni caliente ni fría. Aquella mano medía, más o menos, la mitad de la mano<br />

de Tengo.<br />

—No hay nada que temer, porque éste no es un domingo como cualquier otro —<br />

le dijo ella, como si lo informase de algo por todos sabido.<br />

Tengo pensó que aquélla debía de ser la primera vez que la chica pronunciaba<br />

más de dos frases seguidas.

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