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de las ventanas, cerradas. Al abrir la ventana que daba a la calle, se oyó el ruido del<br />

tráfico en la circunvalación número siete, como el fragor lejano del mar. Al cerrarla<br />

apenas se oía nada. En la salita había un pequeño balcón desde el cual se dominaba<br />

el parque que se interponía entre el edificio y la calle. Había un columpio, un<br />

tobogán, un cajón de arena y unos aseos públicos. Una alta farola de mercurio<br />

iluminaba todo alrededor de manera casi artificial. Un enorme olmo de agua<br />

desplegaba sus ramas. El piso estaba en la tercera planta, pero como en el vecindario<br />

no había edificios altos, no tenía que preocuparse por que alguien la observara.<br />

Aomame se acordó del piso que acababa de abandonar en Jiyūgaoka. Era un<br />

edificio viejo, no demasiado limpio, en el que de vez en cuando aparecían<br />

cucarachas, y de paredes finas. Aunque no tenía excesivo apego por aquella<br />

vivienda, en ese momento la echó de menos. Al estar en aquel piso nuevo e impoluto<br />

le daba la sensación de que se había convertido en una persona anónima a la que<br />

habían arrebatado los recuerdos y la personalidad.<br />

Dentro de la nevera, cuatro Heineken en lata se estaban enfriando en el estante<br />

de la puerta. Aomame abrió una y le dio un sorbo. Encendió el televisor de veintiuna<br />

pulgadas, se sentó frente a él y vio las noticias. Informaban sobre la tronada y las<br />

lluvias torrenciales. La noticia principal era la inundación de la estación Akasaka—<br />

mitsuke y la interrupción de las líneas Marunouchi y Ginza. El agua desbordada<br />

había corrido por las escaleras de la estación como una cascada. Los empleados de la<br />

estación, vestidos con impermeables, habían apilado sacos de arena en la entrada,<br />

pero ya era demasiado tarde. El servicio de metro seguía suspendido y todavía no<br />

estaba previsto restituirlo. Blandiendo un micrófono, el reportero de la televisión<br />

preguntaba su opinión a la gente que se había quedado sin medio para volver a casa.<br />

«En el parte meteorológico de la mañana dijeron que hoy iba a hacer un tiempo<br />

espléndido todo el día», se quejó una persona.<br />

Vio las noticias hasta el final, pero, como cabía esperar, no emitieron ninguna<br />

noticia sobre el fallecimiento del líder de Vanguardia. Aquellos dos debían de estar<br />

esperando en la sala contigua a que transcurrieran las dos horas. Después se<br />

enterarían de la realidad. Aomame sacó el neceser de la bolsa de viaje, cogió la<br />

Heckler & Koch y la puso sobre la mesa del comedor. Una semiautomática de<br />

fabricación alemana sobre una nueva mesa de comedor resultaba terriblemente tosca<br />

y taciturna. Y negra como el carbón. Con todo, daba a la habitación despersonalizada<br />

un toque de intensidad. «Paisaje con pistola automática», susurró Aomame. Parecía<br />

el título de un cuadro. A partir de entonces tendría que llevarla siempre consigo.<br />

Tendría que estar preparada para hacerse con ella de inmediato en cualquier<br />

momento. Para disparar a otro o para dispararse a sí misma.<br />

Dentro de la enorme nevera había alimentos como para atrincherarse allí<br />

durante un mes si hiciera falta. Verduras, fruta y unos cuantos platos precocinados<br />

para consumir al instante. En el congelador había diversos tipos de carne, pescado y<br />

pan. Incluso había helado. En las alacenas, había colocados diversos productos ya

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