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La cabra servía de pasaje entre la Little People y este mundo. Ella no sabía si la<br />

Little People era buena o mala (Tengo tampoco). Al anochecer, la Little People venía<br />

a este mundo a través del cadáver de la cabra y, al alba, regresaba al otro lado. La<br />

niña podía hablar con la Little People. Ellos le enseñaron a crear una crisálida de aire.<br />

A Tengo le admiraba con qué detalle había descrito los hábitos y movimientos de<br />

la cabra invidente. Ese detallismo daba al conjunto una gran vivacidad. ¿Había<br />

criado realmente a una cabra invidente? ¿Y había vivido en la realidad en una<br />

comuna en las montañas como la que había descrito? Tengo supuso que quizá sí. Si<br />

no hubiera vivido esa experiencia, querría decir que Fukaeri era dueña de un<br />

inusitado don caído del cielo para contar historias.<br />

Tengo decidió que, en la siguiente ocasión que se encontrara con Fukaeri<br />

(debería ser el domingo), le preguntaría por la cabra y la comuna. Por supuesto, no<br />

sabía si Fukaeri le contestaría. Recordando conversaciones anteriores, parecía<br />

responder sólo a aquellas preguntas a las que no le importaba hacerlo. Las preguntas<br />

que no quería contestar o las preguntas que no tenía intención de contestar, las<br />

ignoraba totalmente, como si no estuviera escuchando. Igual que Komatsu. En ese<br />

aspecto, se parecían. Tengo no era así. Cuando le preguntaban algo, él siempre<br />

ofrecía algún tipo de respuesta, como era debido, fuera cual fuera la pregunta. Debía<br />

de ser, seguramente, algo innato.<br />

A las cinco y media, su novia mayor lo llamó por teléfono.<br />

—¿Qué has hecho hoy? —le preguntó.<br />

—He estado escribiendo todo el día —respondió Tengo. Era medio mentira,<br />

medio verdad, porque no había escrito su propia novela. Pero tampoco tenía por qué<br />

dar tantas explicaciones.<br />

—¿Te ha rendido el trabajo?<br />

—Más o menos.<br />

—Siento lo de hoy. Podemos vernos la semana que viene.<br />

—Lo estoy deseando —manifestó Tengo.<br />

—Yo también —dijo ella.<br />

Luego le habló de sus hijas. Ella le hablaba a menudo de sus hijas. Tenía dos<br />

niñas pequeñas. Tengo no tenía hermanos ni hijos, claro, por eso no entendía de<br />

niños pequeños. Pero ella siempre le hablaba de sus hijas, sin tomar en consideración<br />

ese aspecto. Tengo, en cambio, no hablaba mucho de sí mismo. Ante todo, le gustaba<br />

escuchar a los demás. Por eso prestaba atención, con interés, a lo que le contaba. Le<br />

comentó que, al parecer, en el colegio se habían metido con su hija mayor, que estaba<br />

en segundo de primaria. La niña no había dicho nada, pero ella se había enterado por

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