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Su corazón seguía latiendo con un ruido duro y seco, pero la sensación de mareo<br />

había disminuido poco a poco. Con la cabeza apoyada contra el pasamanos del<br />

tobogán, Tengo miró hacia las dos lunas que pendían del cielo de Kōenji mientras<br />

escuchaba sus propios latidos. «Es un espectáculo extrañísimo. Ha aparecido una<br />

nueva luna, un nuevo mundo. Todo es incierto y completamente ambiguo. Sólo<br />

puedo afirmar una cosa», pensó Tengo, «y es que pase lo que pase a partir de este<br />

momento, probablemente nunca podré acostumbrarme a ver las dos lunas. Tal vez<br />

jamás.<br />

»¿Qué pactaron Aomame y la Luna aquel día?», pensó Tengo. Entonces recordó<br />

la mirada tan seria de Aomame al observar la Luna en pleno día. ¿Qué le había<br />

ofrecido ella a la Luna?<br />

«¿Qué va a ser de mí a partir de ahora?»<br />

Eso era en lo que había estado reflexionando Tengo, a los diez años, mientras<br />

Aomame le agarraba la mano en el aula después de las clases. Un chaval temeroso<br />

delante de una enorme puerta. Y aún hoy seguía reflexionando sobre lo mismo. La<br />

misma inseguridad, el mismo temor, el mismo estremecimiento. Una nueva puerta<br />

mucho más grande. Y frente a él, la luna. Sólo que habían pasado a ser dos.<br />

«¿Dónde estará Aomame?»<br />

Desde lo alto del tobogán volvió a mirar a su alrededor, pero no encontró lo que<br />

buscaba. Abrió la mano izquierda delante de sus ojos e intentó descubrir algo, pero<br />

en la palma sólo se veían marcadas las mismas arrugas profundas de siempre. Bajo la<br />

pálida luz de la farola de mercurio, parecían rastros de canales de agua en la<br />

superficie de Marte. Esos canales no le mostraron nada. Lo único que aquella manaza<br />

le indicaba era que había recorrido un largo camino desde que tenía diez años hasta<br />

ese momento. Hasta ese tobogán en un pequeño parque infantil de Kōenji. Y en el<br />

cielo flotaban dos lunas, una al lado de la otra.<br />

«Puede que esa persona se encuentre muy cerca», había dicho Fukaeri. «En un<br />

lugar al que se puede ir a pie desde aquí.»<br />

¿Estaría viendo también Aomame esas dos lunas?<br />

«Seguro que sí», pensó Tengo. Por supuesto, era una afirmación sin fundamento.<br />

Sin embargo, lo extraño es que estaba plenamente convencido. Ella estaba viendo, sin<br />

lugar a dudas, lo mismo que él veía en ese momento. Tengo cerró con fuerza la mano<br />

izquierda y golpeó el tobogán varias veces. Hasta que le dolió el dorso de la mano.<br />

«Por eso mismo tenemos que reencontrarnos», pensó Tengo. «En alguna parte a<br />

la que se puede ir a pie, por aquí cerca.» Seguramente perseguida por alguien,<br />

Aomame se había escondido como una gata herida. El tiempo del que disponía para<br />

encontrarla era limitado. Pero Tengo no tenía ni idea de dónde ponerse a buscar.<br />

—¡Jo, jo! —se burló el burlón.<br />

—¡Jo, jo! —dijeron los otros seis a coro.

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