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—Por supuesto —añadió el rapado—. Desde luego, no es necesario que usted lo<br />

comparta. Se trata de nuestro credo, no del suyo. Pero hoy seguramente presencie<br />

algo especial, que va más allá de la fe. Un ser extraordinario.<br />

Aomame se quedó callada. Un ser extraordinario.<br />

El rapado entornó los ojos y tanteó el silencio de Aomame durante un rato.<br />

Luego volvió a hablar pausadamente.<br />

—Sea lo que fuere lo que va a ver, no hable de ello en ninguna parte. Si alguna<br />

información se filtrase al exterior, su sacralidad sería profanada de manera<br />

irreparable. Como un estanque limpio y cristalino amancillado por un cuerpo<br />

extraño. Ésta es nuestra manera de sentir las cosas, con independencia de la forma de<br />

pensar de la sociedad o de las leyes que rigen el mundo. Quiero que nos comprenda.<br />

Si lo entiende y cumple su promesa, como le dije hace un instante, se lo<br />

agradeceremos debidamente.<br />

—De acuerdo —respondió Aomame.<br />

—Formamos parte de una pequeña comunidad religiosa, pero tenemos espíritus<br />

fuertes y los brazos largos —dijo el rapado.<br />

«Tenéis los brazos largos», pensó Aomame. «Dentro de poco comprobaré lo<br />

largos que son.»<br />

El rapado cruzó los brazos y, apoyado contra el escritorio, observó atentamente a<br />

Aomame, de la misma manera que se aseguraría de que un marco colgado de la<br />

pared no estaba torcido. El de la coleta mantenía la misma postura que hacía un rato,<br />

con la vista clavada en Aomame. De manera muy homogénea y sin resquicios.<br />

A continuación, el rapado miró su reloj de pulsera y comprobó la hora.<br />

—Vayamos pues —dijo. Carraspeó secamente, atravesó despacio la sala con paso<br />

grave, como un asceta caminando por la superficie de un lago, y llamó con los<br />

nudillos suavemente dos veces a la puerta que conectaba con la habitación contigua.<br />

Sin esperar ninguna respuesta, la abrió. Entonces hizo una pequeña reverencia y<br />

entró. Aomame cogió la bolsa de deporte y lo siguió. Mientras pisaba la alfombra, se<br />

cercioró de que respiraba con normalidad. Los dedos de su mano sujetaban el gatillo<br />

de una pistola imaginaria. No había por qué preocuparse. Era como de costumbre.<br />

Pero aun así, Aomame sentía miedo. Una especie de témpano se extendía a lo largo<br />

de su espalda. Era de un hielo que no se iba a derretir fácilmente. «Estoy serena y<br />

relajada, y siento un miedo cerval.»<br />

«En este mundo existen territorios que no podemos o no debemos traspasar»,<br />

había dicho el hombre rapado. Aomame entendía qué había querido decir con eso.<br />

Una vez, ella misma había vivido en un mundo asentado en un territorio de ese tipo;<br />

aunque la verdad era que quizá todavía vivía en él. A lo mejor, simplemente no se<br />

había dado cuenta.

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