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y cristalizado. Era brillante y, al mismo tiempo, albergaba una dureza que recordaba<br />

en la escarcha. Tengo no comprendía qué demonios significaba aquello.<br />

Un momento después, la niña pareció tomar una determinación.<br />

Le soltó de repente la mano a Tengo, le dio la espalda y, sin decir palabra, salió a<br />

paso ligero del aula. Abandonó a Tengo en medio de un hondo vacío, sin volverse<br />

siquiera una sola vez hacia atrás.<br />

Tengo abrió los ojos, se relajó, exhaló un hondo suspiro y, a continuación, bebió<br />

un trago de bourbon. Sintió cómo el líquido atravesaba su garganta y descendía por el<br />

esófago. Entonces volvió a inspirar y expeler el aire. Aomame ya no estaba allí. Se<br />

había dado la vuelta y se había marchado. Y había desaparecido de su vida.<br />

De aquello habían pasado veinte años.<br />

«Era la Luna», pensó Tengo.<br />

«En aquel momento estaba mirando la Luna. Y Aomame también la miraba. Un<br />

pedazo de roca del color de la ceniza, suspendido en el cielo iluminado de las tres y<br />

media de la tarde. Un satélite taciturno y solitario. Los dos la mirábamos, uno al lado<br />

del otro. Pero ¿qué significa eso? ¿Acaso me va a guiar la Luna hasta el lugar en el<br />

que se encuentra Aomame?<br />

»En ese momento, Aomame quizá le entregó su corazón a la Luna a escondidas»,<br />

se le ocurrió de pronto a Tengo. Quizás ella y la Luna habían hecho un trato secreto.<br />

La mirada de la niña hacia la Luna encerraba una especie de sinceridad absoluta que<br />

lo llevaba a asumir esa suposición.<br />

Por supuesto, desconocía qué le había ofrecido Aomame a la Luna en aquel<br />

entonces, pero Tengo se imaginaba más o menos qué le había concedido la Luna a<br />

ella. Seguramente pura soledad y calma. Era lo mejor que podía ofrecerle la Luna a<br />

alguien.<br />

Tengo pagó la cuenta y salió del Cabeza de Cereal. Entonces miró al cielo. No se<br />

veía la Luna. El cielo estaba despejado y la Luna debía de andar en alguna parte.<br />

Pero desde la calle rodeada de edificios era imposible verla. Con las manos en los<br />

bolsillos, caminó de calle en calle en busca de la Luna. Aunque quisiera ir a un claro<br />

entre los edificios, en Kōenji no era sencillo encontrar uno. Era una zona tan llana,<br />

que costaba encontrar la mínima cuestecilla. No había lugares altos. Podría subir a la<br />

azotea de un edificio desde el que se avistaran las cuatro direcciones, pero no<br />

encontró a su alrededor ningún edificio adecuado.<br />

Sin embargo, mientras deambulaba, Tengo se acordó de un parque infantil<br />

cercano. Había pasado por él en otras ocasiones yendo de paseo. No era grande, pero<br />

seguro que tenía tobogán. Si se subía, aunque no fuese desde una gran altura, el

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