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tamaño de su pecho era insuficiente y, peor aún, había una asimetría entre ambos<br />

lados. El vello púbico le crecía como un matorral pisoteado por una legión de<br />

infantería desfilando. Cada vez que contemplaba su cuerpo, no podía reprimir las<br />

ganas de fruncir el ceño. Pero, a pesar de todo, no tenía michelines. La carne que le<br />

sobraba no se podía pellizcar con los dedos.<br />

Aomame llevaba una vida austera. Lo que más le preocupaba y en lo que más<br />

dinero gastaba era la alimentación. No escatimaba en alimentos y sólo bebía vinos de<br />

alta calidad. Las raras veces que iba a comer fuera elegía un local en el que cocinasen<br />

con esmero y prudencia. Pero por el resto de las cosas, apenas se preocupaba.<br />

La ropa, los productos cosméticos y los complementos no le interesaban<br />

demasiado. Cuando iba al club de deportes, le bastaba con una vestimenta informal,<br />

como unos pantalones vaqueros y un jersey. Una vez dentro del club, se pasaba el<br />

día en chándal. Por supuesto, allí no podía llevar joyas ni complementos. Además,<br />

apenas tenía oportunidades de ponerse elegante para salir de casa. No tenía novio, ni<br />

nadie con quien citarse. Tras la boda de Tamaki Ōtsuka, se había quedado sin amigas<br />

con las que ir a comer. Para buscar a alguien con quien disfrutar de sexo esporádico,<br />

se maquillaba y se ponía elegante a su modo, pero era, a lo sumo, una vez al mes. No<br />

necesitaba demasiada ropa.<br />

Si le hacía falta, se daba una vuelta por las boutiques de Aoyama y,<br />

comprándose un vestido nuevo «hecho para matar», uno o dos complementos a<br />

juego y un par de zapatos de tacón, se quedaba satisfecha. Normalmente calzaba<br />

zapatos planos y llevaba el cabello recogido en una coleta. Si se lavaba bien la cara<br />

con jabón y se aplicaba una crema de base, conseguía tener siempre un rostro<br />

encantador. Mientras su cuerpo estuviera limpio y sano, se daba por contenta.<br />

Desde que era niña se había acostumbrado a una vida sencilla, sin atavíos. Le<br />

habían inculcado el estoicismo y la templanza desde que tenía uso de razón. En su<br />

hogar no había habido nada en exceso. La palabra más utilizada en su casa era<br />

«desperdicio». No tenían televisor, ni compraban el periódico. En su hogar la<br />

información era innecesaria. La carne y el pescado no abundaban en la mesa a la hora<br />

de comer y Aomame obtenía los nutrientes necesarios para su crecimiento<br />

básicamente a través del comedor escolar. A todos les parecía «asqueroso» y dejaban<br />

la comida en el plato, pero Aomame hasta quería que le dieran la ración de los<br />

demás.<br />

La ropa que vestía siempre la heredaba de los demás. En su comunidad religiosa<br />

intercambiaban ropa usada. Por eso nunca le compraban ropa nueva, a excepción de<br />

las prendas para hacer gimnasia que el colegio indicaba, y no recordaba haber<br />

llevado nunca ropa o zapatos que fueran de su talla. Eran prendas desconjuntadas,<br />

de color y forma. Si se hubiera tratado de una familia pobre y se hubiera visto<br />

obligada a llevar tal vida, no habría nada que objetar. Pero la familia de Aomame no<br />

era pobre en absoluto. El padre trabajaba como ingeniero y poseía ingresos y ahorros

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