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que con unas paredes y un techo para cobijarse de la lluvia y el viento es suficiente.<br />

Por eso a Fukaeri no le importaba que Tengo corrigiera su texto cuanto quisiera. Ella<br />

ya había conseguido su objetivo. Cuando le dijo «Corrígela como te parezca»,<br />

seguramente había hablado con franqueza.<br />

No obstante, a Tengo le daba la impresión de que a Fukaeri no le satisfacía el<br />

texto de La crisálida de aire si sólo podía entenderlo ella. Si el objetivo de Fukaeri<br />

hubiera sido dejar constancia de lo que había visto y de lo que le había pasado por la<br />

cabeza, le hubiera bastado con escribir unas notas. No era necesario pasar por el<br />

engorro de crear un libro. Aquél era, a todas luces, un texto escrito bajo la premisa de<br />

ser leído por otra persona. Por eso mismo, a pesar de que no había sido escrita con el<br />

objetivo de convertirse en una obra literaria, y a pesar de su infantilismo, poseía la<br />

capacidad de tocar el corazón de la gente. Sin embargo, esa otra persona parecía ser<br />

alguien distinto al «lector común» que se tiene en mente, como norma, en la<br />

literatura contemporánea. Al leerla, Tengo no podía evitar esa sensación.<br />

«Entonces, ¿a qué tipo de lector se dirige?»<br />

El no lo sabía, por supuesto.<br />

Solamente sabía que La crisálida de aire era una obra de ficción única, en la que<br />

grandes virtudes y grandes defectos se daban la mano, y que parecía poseer algún<br />

tipo de objetivo especial.<br />

Como resultado de la corrección, el manuscrito original se duplicó<br />

aproximadamente por dos veces y media. Como las partes insuficientes habían sido<br />

mucho más numerosas que las partes sobrantes lo lógico era que, al corregirlo, el<br />

volumen total aumentara. Al principio todo iba como la seda. El estilo se convirtió en<br />

algo decente y razonable, el punto de vista se estabilizó y, además, la obra se leía con<br />

más agilidad. Sin embargo, el fluir del texto resultó un tanto denso. La lógica salió a<br />

la superficie en demasía y la ingeniosidad del original se debilitó.<br />

La siguiente fase consistía en eliminar las «partes prescindibles» del original<br />

inflado. Iba eliminando toda la grasa sobrante. La operación de eliminar era mucho<br />

más sencilla que la de añadir. Como resultado, el volumen se redujo hasta alrededor<br />

del setenta por ciento. Era una especie de juego de ingenio. Había un tiempo<br />

determinado para añadir todo lo posible y, luego, un tiempo para eliminar lo<br />

máximo posible. Así, alternando continuamente esas dos operaciones, el margen de<br />

oscilación se reducía de forma paulatina y el volumen del texto se iba estabilizando<br />

hasta un estado natural. Llegaba a un punto en el que no podía aumentarse más y no<br />

podía eliminarse más. El ego era eliminado; los adornos superfluos, suprimidos, y la<br />

lógica transparente se retiraba al fondo de la habitación. A Tengo esa tarea se le daba<br />

bien por naturaleza. Era un experto nato. Tenía la aguda concentración del ave que<br />

revolotea por el cielo en busca de alimento, el empeño de una muía que porta agua, y<br />

era fiel hasta el fin a las normas del juego.

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