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Sería imposible que Aomame no se hubiera percatado de que se encontraba en<br />

una situación terriblemente complicada. Dentro de poco iba a liquidar a aquel<br />

hombre. Enviarlo al otro barrio. Y sin embargo él le estaba confesando el extraño<br />

secreto que entrañaba su cuerpo.<br />

—No sé qué decirle, pero ¿cuál es el problema en particular? Una o dos veces al<br />

mes sus músculos se paralizan. Entonces sus tres jóvenes novias acuden y copulan<br />

con usted. No se trata de nada fuera de lo normal, atendiendo al sentido común, pero...<br />

—No son mis novias. —El hombre la interrumpió—. Ellas están a mi alrededor y<br />

desempeñan la función de sacerdotisas. Uno de sus deberes es unirse a mí.<br />

—¿Deberes?<br />

—Es una misión establecida. Tratar de concebir al sucesor.<br />

—¿Quién lo ha establecido? —preguntó Aomame.<br />

—Es una historia muy larga —dijo el hombre—. El problema es que, a raíz de<br />

ello, mi cuerpo avanza de forma irremediable hacia su destrucción.<br />

—¿Y ellas han logrado quedarse encinta?<br />

—No, ninguna se ha quedado encinta. Tal vez sea imposible, ya que no tienen la<br />

regla. Con todo, ellas buscan el milagro mediante la gracia divina.<br />

—Ninguna se ha quedado embarazada todavía. No tienen la regla —dijo<br />

Aomame—. Y su cuerpo avanza hacia su destrucción.<br />

—La duración de la parálisis se alarga poco a poco. También aumenta la<br />

frecuencia. La parálisis empezó hace unos siete años, pero al principio sólo ocurría<br />

una vez cada dos o tres meses. Ahora me pasa una o dos veces por mes. Cuando la<br />

parálisis se termina, un dolor intenso atormenta mi cuerpo y me siento exhausto.<br />

Tengo que soportarlo durante aproximadamente una semana. Son unos dolores<br />

como si me clavaran gruesas agujas por todo el cuerpo, padezco fuertes jaquecas, y<br />

me embarga un sentimiento de lasitud. Me cuesta dormir. Ningún medicamento<br />

logra aliviar esos dolores. —El hombre soltó un suspiro y prosiguió—. A la segunda<br />

semana me encuentro mucho mejor en comparación con la primera, pero así y todo<br />

el dolor no desaparece. Durante el día me azotan unos fuertes dolores, como si<br />

fueran olas. Me cuesta respirar. Los órganos internos no funcionan correctamente.<br />

Todas las articulaciones chirrían, como una máquina que ha perdido lubrificante. Me<br />

devoran la carne y me chupan la sangre. Lo siento vivamente. Pero lo que me devora<br />

no es un cáncer ni un parásito. He pasado por toda clase de análisis minuciosos y no<br />

me han encontrado ningún problema. Me han dicho que mi cuerpo está sano. Lo que<br />

me atormenta de este modo es algo que la medicina no puede explicar. Es el precio a<br />

pagar por la gracia divina.<br />

«En efecto, este hombre parece estar derrumbándose», pensó Aomame. No se<br />

detectaba en él ni un ápice de demacración. Parecía que había fortalecido todo su<br />

cuerpo y que lo había ejercitado para soportar dolores intensos. Sin embargo,

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