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Sin embargo, quien se hospedara en aquel hotel debía de pertenecer a una clase<br />

de persona diferente. Los de esa clase, cuando viajaban a Tokio por trabajo, sólo se<br />

subían en los vagones verdes de primera clase del Shinkansen y sólo se alojaban en<br />

determinados hoteles de lujo. Una vez terminado el trabajo, bebían licores caros a<br />

voluntad en el bar del hotel. La mayoría eran personas empleadas en grandes<br />

empresas o que formaban parte de la directiva. Quizá también empresarios<br />

independientes o profesionales de la medicina y de la abogacía. Habían llegado a la<br />

plena madurez y no andaban cortos de dinero. Además, en mayor o menor medida,<br />

estaban acostumbrados a pasárselo bien. Ése era el tipo que Aomame tenía en mente.<br />

Cuando Aomame todavía no había cumplido los veinte, por algún motivo que<br />

desconocía, empezó a sentirse atraída por los hombres de mediana edad cuyo pelo<br />

comenzaba a ralear. Prefería que les quedara un poco de pelo antes que estuvieran<br />

completamente calvos. Pero no bastaba con que el pelo les raleara. La forma de la<br />

cabeza debía ser la adecuada. Su calvicie ideal era la de Sean Connery. Era sexy, con<br />

una bella cabeza. Sólo de mirarlo, el corazón se le ponía a cien. La forma de la cabeza<br />

del hombre que se encontraba sentado a dos asientos de distancia de ella, en la barra<br />

del bar, no estaba nada mal. Por supuesto, no poseía los rasgos de Sean Connery,<br />

pero tenía cierto aire. La línea de nacimiento del cabello retrocedía al fondo de la<br />

frente, y el poco pelo que le quedaba hacía pensar en una pradera a finales de otoño<br />

cubierta de escarcha. Aomame alzó un poco la vista de las páginas del libro y apreció<br />

la forma de la cabeza del hombre durante un instante. No tenía unos rasgos<br />

particularmente impresionantes. No estaba gordo, pero la papada empezaba a caerle<br />

un poco. Bajo los ojos también tenía algo parecido a bolsas. Era un hombre de<br />

mediana edad en toda regla. Sin embargo, le gustaba la forma de aquella cabeza.<br />

Cuando el barman le trajo el menú y una toallita húmeda, el hombre pidió un<br />

highball de whisky escocés sin mirar el menú. «¿Desea alguna marca en especial?», le<br />

preguntó el barman. «No tengo ninguna preferencia. Me vale cualquiera», dijo el<br />

hombre. Hablaba con un tono calmo y sereno. Se percibía cierto acento de la región<br />

de Kansai. De pronto, el hombre preguntó si tenían Cutty Sark. El barman le<br />

respondió que sí. «No está mal», pensó Aomame. Le causó buena impresión que no<br />

hubiera elegido un Chivas Regal o un refinado single malt. Aomame opinaba,<br />

personalmente, que quienes se paraban más de lo necesario a elegir el tipo de bebida<br />

en un bar por lo general eran Cándidos en el sexo. Desconocía el motivo.<br />

A Aomame le gustaba el acento de Kansai. Sobre todo le gustaba el contraste un<br />

tanto desajustado que tenía lugar cuando alguien nacido y criado en la región de<br />

Kansai iba a Tokio e intentaba utilizar a la fuerza palabras propias de la capital.<br />

Aunque el vocabulario y la entonación no encajaban, resultaba estupendo. Aquel eco<br />

particular la sosegaba ligeramente. Se decidió a acercarse al hombre. Quería<br />

toquetear con los dedos, todo cuanto le viniera en gana, aquel cabello que había<br />

sobrevivido a la calvicie. Cuando el barman le trajo al hombre el highball de Cutty<br />

Sark, Aomame se dirigió al barman y le pidió, de tal forma que pudiera oírlo el

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