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—Me he duchado hace un rato —le dijo a Tengo, que seguía allí quieto. Lo dijo<br />

con voz seria, como si se hubiera acordado de un acontecimiento importante—. Te he<br />

cogido prestados el champú y el acondicionador.<br />

Tengo asintió. Luego suspiró, por fin soltó el pomo de la puerta y cerró con llave.<br />

«¿El champú y el acondicionador?» Dio unos pasos y se alejó de la puerta.<br />

—¿Han llamado? —preguntó Tengo.<br />

—No, ni una vez —repuso Fukaeri, e hizo un breve movimiento negativo con la<br />

cabeza.<br />

Tengo se acercó a la ventana, descorrió un poco la cortina y miró hacia fuera. En<br />

la escena que se contemplaba desde la ventana del tercer piso no había ningún<br />

cambio. No se veía a nadie sospechoso, ni había ningún coche sospechoso aparcado.<br />

Sólo se extendía el mismo paisaje insulso de la misma zona residencial insulsa de<br />

siempre. Los árboles de ramas deformes que había en la calle estaban cubiertos de<br />

polvo gris; los quitamiedos, llenos de abolladuras, y había unas cuantas bicicletas<br />

oxidadas abandonadas al borde de la carretera. De una tapia colgaba un eslogan de<br />

la policía: CONDUCCIÓN BAJO LOS EFECTOS DEL ALCOHOL: VÍA ÚNICA HACIA LA<br />

DESTRUCCIÓN DE LA VIDA (¿existiría un puesto en la policía encargado de inventar<br />

eslóganes?). Un anciano de aspecto insidioso paseaba un perro mestizo lerdo. Una<br />

mujer lerda conducía un coche utilitario feo. Un poste eléctrico feo extendía<br />

insidiosamente los cables eléctricos en el aire. Aquel paisaje al otro lado de la ventana<br />

sugería que el mundo se situaba entre «lo trágico» y «la ausencia de júbilo» y que se<br />

componía de la acumulación infinita de pequeños mundos que adquieren su propia<br />

forma.<br />

Pero, por otra parte, en el mundo también existían paisajes hermosos, sin<br />

discusión alguna, como las orejas y la nuca de Fukaeri. No era sencillo decidir en qué<br />

realidad debería creer. Tras emitir un pequeño gruñido desde el fondo de la<br />

garganta, como un perro grande azorado, Tengo corrió la cortina y regresó a su<br />

humilde mundo propio.<br />

—¿Sabe el profesor Ebisuno que estás aquí? —preguntó.<br />

Fukaeri negó con la cabeza. El profesor no lo sabía.<br />

—¿No se lo piensas decir?<br />

Fukaeri sacudió la cabeza.<br />

—No puedo ponerme en contacto con él.<br />

—¿Porque sería peligroso?<br />

—Podrían escucharnos por teléfono o quizás el correo no le llegue.<br />

—Soy el único que sabe que estás aquí.<br />

Fukaeri asintió.

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