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opa. Vestía una chaqueta de verano de algodón fino y un polo blanco, y en el regazo<br />

tenía un maletín de piel. De calzado, llevaba unos mocasines marrones. A simple<br />

vista parecía un asalariado, pero no debía de trabajar para una empresa demasiado<br />

estricta. Quizá fuera editor de alguna editorial, un arquitecto empleado en un<br />

pequeño estudio o quizá trabajara en algo relacionado con la moda. Estaba<br />

completamente inmerso en la lectura de un libro que llevaba una sobrecubierta.<br />

Si fuera posible, a Aomame le gustaría ir a algún sitio con el hombre y hacer el<br />

amor de forma intensa. Se imaginó a sí misma agarrando con firmeza el pene erecto<br />

del hombre con una mano, mientras le masajeaba suavemente los testículos con la<br />

otra. Ambas manos, colocadas sobre sus rodillas, sentían desazón. Sin darse cuenta,<br />

cerraba y abría los dedos. Cada vez que respiraba, alzaba y bajaba los hombros. Se<br />

humedeció lentamente los labios con la punta de la lengua.<br />

Pero ella tenía que apearse en Jiyūgaoka. El hombre, cuyo destino Aomame<br />

desconocía, seguía leyendo el libro, sentado tal cual, sin saber que era objeto de una<br />

fantasía sexual por parte de ella. Tampoco parecía tener ni idea de qué clase de mujer<br />

había sentada frente a él. Cuando se estaba bajando del tren, a Aomame se le ocurrió<br />

quitarle aquel maldito libro y hacerle el amor, pero por supuesto abandonó la idea.<br />

A la una de la madrugada, Aomame estaba en su cama, profundamente<br />

dormida. Tuvo un sueño de carácter sexual. En el sueño tenía un par de bellos<br />

pechos, del tamaño y la forma de unos pomelos. Eran duros y grandes. Con ellos<br />

apretaba el bajo vientre de un hombre. Había dejado la ropa tirada en el suelo y<br />

dormía desnuda, con las piernas abiertas. Como estaba durmiendo no había forma<br />

de que lo supiera, pero en aquel momento en el cielo se alineaban dos lunas. Una era<br />

la Luna grande y antigua; y la otra, una luna nueva de pequeño tamaño.<br />

Tsubasa y la señora también dormían en una misma habitación. Tsubasa vestía<br />

un pijama nuevo a cuadros y dormía sobre la cama con el cuerpo un poco encogido.<br />

La señora seguía con la ropa puesta y dormía recostada sobre una butaca para leer.<br />

Tenía una manta en el regazo. Aunque su intención había sido levantarse cuando<br />

Tsubasa se durmiera, le entró el sueño y se quedó ahí. Alrededor del edificio, situado<br />

al fondo de un terreno elevado, todo se había vuelto silencioso. Lo único que podía<br />

oírse de vez en cuando era el estridente ruido de los tubos de escape de las motos<br />

que pasaban acelerando por una carretera lejana y sirenas de ambulancias. El pastor<br />

alemán también dormía acurrucado delante de la puerta de entrada. La ventana tenía<br />

las cortinas corridas, pero estaba teñida de blanco por la luz de unas lámparas de<br />

mercurio. Las nubes empezaban a abrirse y las dos lunas asomaban la cara por los<br />

claros de vez en cuando. Los mares del mundo regulaban sus mareas.<br />

Tsubasa dormía con la mejilla pegada a la almohada y la boca entreabierta. Su<br />

respiración era tremendamente serena y su cuerpo apenas mostraba movimiento

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