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con una frialdad extraordinaria. Pero su otra mitad sentía pánico. Quería dejarlo todo<br />

y huir de inmediato de aquella habitación. «Estoy aquí y, al mismo tiempo, no estoy.<br />

Me encuentro simultáneamente en dos lugares. ¡Qué le voy a hacer si contravengo<br />

las teorías de Einstein! Es el zen del asesino.»<br />

La muerte causada por el pinchazo de una aguja extremadamente fina en aquel<br />

punto especial de la parte inferior del cerebro se asemejaba mucho a una muerte<br />

natural. A ojos de un médico normal y corriente, aquello debería pasar, sin ninguna<br />

duda, por un ataque al corazón. Mientras trabajaba frente al escritorio, sufrió de<br />

repente un infarto y, al instante, exhaló el último suspiro. Exceso de trabajo y estrés.<br />

No se encontró ningún elemento extraño. Tampoco hizo falta autopsia.<br />

«Era una persona competente, pero trabajaba en exceso. Ganaba mucho dinero,<br />

pero una vez muerto no le servirá de nada. Vestía trajes de Armani y conducía un<br />

Jaguar, pero tuvo el mismo final que una hormiga. A fuerza de trabajar, fue<br />

muriéndose absurdamente. Su paso por el mundo se olvidará enseguida. ¡Qué<br />

lástima que se haya muerto tan joven!», diría tal vez la gente. O tal vez no.<br />

Aomame sacó el corcho de su bolsillo y lo clavó en el extremo de la aguja.<br />

Envolvió una vez más aquel delicado instrumento en el paño fino, lo metió en el<br />

estuche rígido y lo colocó en el fondo del bolso bandolera. Cogió una toalla de manos<br />

del cuarto de baño y limpió bien todas las huellas digitales que había dejado por la<br />

habitación. Los únicos sitios donde habían quedado huellas eran el panel del aire<br />

acondicionado y el pomo de la puerta. No había tocado nada más. Luego devolvió la<br />

toalla a su sitio. Dejó la cafetera y el vaso sobre la bandeja del servicio de<br />

habitaciones y la sacó al pasillo. Así, si el botones acudía para llevarse la cafetera, no<br />

llamaría a la puerta y el cadáver tardaría en ser encontrado. Si todo salía como era<br />

debido, la señora de la limpieza se encontraría el cadáver en la habitación poco<br />

después de la hora de salida, al día siguiente.<br />

Cuando aquella noche el hombre no asistiera a la reunión, seguramente<br />

telefonearían a la habitación. Pero nadie descolgaría el auricular. A la gente le<br />

parecería extraño y podría ser que el gerente hiciera abrir la puerta. O quizá no. Todo<br />

estaba a merced de las circunstancias.<br />

Aomame se puso de pie frente al espejo del baño y comprobó que llevaba la ropa<br />

en su sitio. Se abrochó el botón superior de la blusa. «Ya no hace falta que deje el<br />

escote al aire, porque ese gran hijo de puta ni siquiera me ha mirado. ¿Qué rayos le<br />

pasa a la gente?» Aomame frunció el ceño con moderación. Luego se acicaló el pelo,<br />

relajó los músculos de la cabeza masajeándose suavemente con los dedos y esbozó<br />

una sonrisa encantadora ante el espejo. También probó a enseñar sus dientes blancos,<br />

recién pulidos por el dentista. «¡Hala! Ahora saldré de esta habitación, en la que hay<br />

un muerto, y regresaré al mundo real de siempre. Debo regular la presión<br />

atmosférica. Ya no soy una fría asesina. Soy una mujer de negocios competente y<br />

risueña, ataviada con un traje elegante.»

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