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Tras la publicación en un volumen de la obra de Fukaeri, a la segunda semana<br />

entró en la lista de best sellers y, a la tercera, saltó al primer puesto. Tengo seguía el<br />

proceso de conversión de la novela en un best seller a través de varios periódicos que<br />

había en la sala de profesores de la academia. También salió anunciada dos veces en<br />

los periódicos. En la publicidad se presentaba una fotografía de la cubierta del libro y<br />

una instantánea de Fukaeri en pequeño. Un fino jersey de verano hecho a su medida,<br />

que recordaba haber visto, y un bello pecho (seguramente había sido tomada durante<br />

la rueda de prensa). El cabello largo y liso, cayéndole sobre los hombros; un par de<br />

misteriosos ojos negros que miraban al frente. Aquellos ojos parecían atravesar la<br />

lente de la cámara y fijarse sinceramente en algo que se escondía en los corazones de<br />

la gente —algo que ellos mismos no eran conscientes de poseer. No era una mirada<br />

sentenciosa, sino dulce. La mirada resuelta de aquella chica de diecisiete años<br />

desataba un espíritu defensivo en la persona observada y, al mismo tiempo,<br />

provocaba cierta sensación de malestar. Era una pequeña fotografía en blanco y<br />

negro, pero no debían de ser pocas las personas que sentían ganas de comprar el<br />

libro con sólo mirarla.<br />

Unos días después de la salida a la venta del libro, Komatsu le envió por correo<br />

dos ejemplares de La crisálida de aire, pero Tengo ni los abrió. Efectivamente, el texto<br />

allí impreso lo había escrito él, y era la primera vez que uno de sus textos se<br />

convertía en un libro, sin embargo no tenía intención de cogerlo y leerlo. Ni siquiera<br />

le apetecía echarle un vistazo. No sentía ninguna alegría al ver el libro. Aunque fuera<br />

su texto, la historia pertenecía exclusivamente a Fukaeri. Había nacido de su mente.<br />

El humilde papel de Tengo como técnico en la sombra había terminado, y la suerte<br />

que a partir de entonces corriera la obra no lo atañía. No debería volver a<br />

involucrarse. Metió los dos ejemplares en una bolsa de plástico y los guardó en un<br />

lugar de la estantería, fuera de la vista.<br />

Después de aquella noche en que Fukaeri se quedó en su piso, la vida de Tengo<br />

fue un remanso de paz durante algún tiempo. Aunque llovía a menudo, a Tengo<br />

apenas le preocupaba el tiempo. Era una cuestión relegada a una posición bastante<br />

baja en su lista de prioridades. Desde entonces no había vuelto a saber nada de<br />

Fukaeri. Que no se hubiera puesto en contacto con él querría decir que no había<br />

ningún problema en particular.<br />

Los días se le pasaban redactando su novela y, al mismo tiempo, escribiendo<br />

unos cuantos artículos breves que le habían encargado para revistas. Se trataba de<br />

trabajo anónimo a destajo que cualquiera podría hacer, pero le servía para cambiar<br />

de aires y no estaba mal remunerado, teniendo en cuenta el tiempo que requería.<br />

Además, impartía clases de matemáticas tres veces por semana en la academia, como<br />

de costumbre. Para olvidar las diversas preocupaciones —sobre todo lo relacionado<br />

con La crisálida de aire y Fukaeri—, se sumergió con más asiduidad que antes, y más<br />

profundamente, en el mundo de las matemáticas. Cuando entraba en ese mundo, sus<br />

circuitos cerebrales se intercambiaban (con un pequeño ruido). Su boca pronunciaba

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