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»—Pronto vais a conocer a unos soldados muy apuestos llegados de las<br />

provincias del Este —contestó Tomomori, que se echó a reír con sarcasmo.<br />

»—¿Cómo os atrevéis, señor, a bromear en tales momentos? —le reprocharon las<br />

damas, que se pusieron a gimotear ruidosamente.»<br />

«Ni-dono, la viuda de Kiyomori, al ver cómo se desarrollaba el combate,<br />

demostró estar preparada para la ocasión. Se puso por la cabeza dos kimonos de<br />

luctuoso color gris, se remangó la amplia falda de seda, aseguró la sagrada esfera de<br />

jade bajo el brazo y se ciñó a la cintura la espada sagrada. Luego tomó en sus brazos<br />

al Emperador—niño y le habló con estas palabras:<br />

«—Aunque sea una mujer, no pienso caer en manos enemigas. Voy a acompañar<br />

a Su Majestad. Los que mantengan lealtad a Su Majestad, que me sigan.<br />

»Y se dirigió a la borda.»<br />

«El Emperador tenía ocho años, aunque aparentaba mayor edad. Era tan bello<br />

que su figura parecía resplandeciente. Su negra cabellera le caía por la espalda. Con<br />

expresión de extrañeza, preguntó:<br />

»—Abuela, ¿adónde me llevas?<br />

»Ní-dono volvió su cabeza al niño y, aguantando las lágrimas, le contestó:<br />

»—¡Ah, Su Majestad todavía no lo sabe! Por el esfuerzo que realizó en su vida<br />

pasada, ha cumplido los Diez Santos Preceptos del budismo y por eso ha nacido<br />

Emperador. Pero, arrastrada por un karma fatal, la buena fortuna ha llegado a su fin.<br />

Majestad, despedíos del santuario de Ise mirando al levante; luego, rezad con la vista<br />

dirigida al poniente para ser recibido por Buda en el Paraíso. ¡Ay, Majestad, estamos<br />

en un mundo de sufrimiento! ¡Os quiero llevar a un bonito lugar llamado el Paraíso<br />

de la Tierra Pura!<br />

»Así le habló Ni-dono, que ya no pudo contener más las lágrimas. El pequeño<br />

soberano, vestido con un kimono color verde oliva y peinado con dos largas coletas,<br />

juntó sus tiernas manitas. Tenía también lágrimas en los ojos. Primero, hizo una<br />

reverencia mirando a Oriente para decir adiós al santuario de Ise. Después, invocó el<br />

nombre de Amida con la vista dirigida a Occidente. A continuación, la abuela lo<br />

sostuvo en sus brazos y, para consolarlo, le dijo:<br />

»—Ya verá, Su Majestad, como también en este mar hay una capital.<br />

»A1 momento, abrazada al niño, se arrojó a las profundidades marinas.» 11<br />

11 Heike monogatari, traducción de R. Tani y C. Rubio, Gredos, Madrid, 2005.

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