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si se lo propusiera, podría sacar mejores notas. Pero quizá contestaba a las preguntas<br />

sin esforzarse aposta, para no llamar la atención de los demás. Tal vez fuera un<br />

recurso al que recurrían los niños en una posición como la suya para sobrevivir y<br />

reducir al mínimo las heridas que pudieran infligirles. Encoger el cuerpo todo lo<br />

posible. Volverse transparente.<br />

Tengo pensaba en lo estupendo que sería que pudiera ser una niña normal y<br />

corriente y hablar sin tapujos. De ese modo, quizá podrían hacerse buenos amigos.<br />

Que una chica y un chico de diez años se hagan buenos amigos nunca es fácil. De<br />

hecho, probablemente sea una de las tareas más difíciles del mundo. Pero por lo<br />

menos podrían encontrar de vez en cuando alguna ocasión para mantener una charla<br />

amistosa. Sin embargo, la ocasión nunca llegó. Ella no era una chica en una situación<br />

normal, estaba aislada en medio de la clase, nadie le hacía caso y seguía guardando<br />

un silencio obstinado. Por otra parte, Tengo, en vez de intentar relacionarse con la<br />

Aomame de carne y hueso, eligió relacionarse con ella a hurtadillas, en su<br />

imaginación y sus recuerdos.<br />

Tengo, a los diez años, carecía de una imagen concreta relativa al sexo. Su deseo<br />

por la niña se limitaba a querer que le agarrara otra vez la mano. Quería quedarse a<br />

solas con ella, sin nadie más alrededor, y que le sujetara la mano con fuerza. Y que le<br />

contara cualquier cosa sobre ella. Quería que le confesara en voz baja los secretos de<br />

cómo era, los secretos de cómo era una niña de diez años. El intentaría comprenderla.<br />

Entonces, seguramente empezaría algo. Tengo aún no tenía ni idea de qué era ese<br />

algo.<br />

Al llegar abril, al inicio del quinto curso, Tengo y ella fueron a clases distintas. A<br />

veces se cruzaban en los pasillos del colegio o coincidían en la parada del autobús.<br />

Pero ella nunca le prestaba atención, como de costumbre. Al menos eso era lo que<br />

Tengo creía. Aunque él estuviera a su lado, ella no movía ni una ceja. Ni siquiera<br />

apartaba la vista. Su mirada aún no había recuperado la profundidad y el brillo.<br />

Tengo se preguntaba qué debió de pasar en el aula aquel día. De vez en cuando tenía<br />

la sensación de que aquello había ocurrido en sueños. Que no había sucedido en<br />

realidad. Pero, por otro lado, todavía sentía vivamente en sus manos la<br />

extraordinaria fuerza de Aomame. Para Tengo el mundo estaba repleto de enigmas.<br />

Y, en el momento menos pensado, aquella niña llamada Aomame desapareció<br />

del colegio. Al parecer, se había cambiado de centro, pero desconocía los detalles.<br />

Nadie sabía si se debía a que se había mudado. Tengo debió de ser la única persona<br />

en el colegio a la que afectó mínimamente la desaparición de Aomame.<br />

Desde entonces, y durante mucho tiempo, Tengo se arrepintió de su<br />

comportamiento. Mejor dicho, se arrepintió de su ausencia de comportamiento. En ese<br />

momento se le ocurrían unas cuantas palabras que debería haberle dicho cuando<br />

estuvo frente a ella. En su interior sentía que quería hablar con ella, que tenía que<br />

hablarle. A posteriori, se dio cuenta de que haber hablado con ella en algún momento<br />

no habría sido tan difícil. Ojalá hubiera encontrado una buena excusa y hubiera

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