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Entonces, un buen día, ella lo agarró de la mano. Fue en una tarde despejada de<br />

principios de diciembre. Al otro lado de la ventana se veía el cielo claro y una nube<br />

blanca y recta. Casualmente, después de la limpieza del aula, al acabar las clases, ella<br />

y Tengo se habían quedado solos. No había nadie más. La niña atravesó el aula con<br />

paso ligero, como decidida a hacer algo, fue junto a Tengo y se quedó de pie a su<br />

lado. Luego le agarró la mano, sin titubear, y levantó la cabeza para mirarlo fijamente<br />

a la cara (Tengo era diez centímetros más alto que ella). El también la miró a ella,<br />

sorprendido. Sus miradas se encontraron. Tengo sintió en los ojos de ella una<br />

profundidad diáfana que nunca antes había visto. Ella lo tuvo agarrado de la mano,<br />

en silencio, durante un buen rato. Con fuerza, sin aflojar ni un solo instante. A<br />

continuación, lo soltó de golpe, agitó el bajo de la falda y salió corriendo a toda prisa<br />

del aula.<br />

Tengo se quedó allí plantado durante un rato, desconcertado y sin habla. Lo<br />

primero que pensó fue que esperaba que nadie los hubiera visto. Si los hubieran<br />

visto, ni se imaginaba la que podría montarse. Miró a su alrededor y respiró aliviado.<br />

Luego sintió una profunda turbación.<br />

La madre y la hija que habían viajado sentadas frente a él desde la estación de<br />

Mitaka hasta la de Ogikubo quizá fueran devotas de la Asociación de los Testigos. A<br />

lo mejor iban a predicar el Evangelio, como cada domingo. La bolsa de tela hinchada<br />

parecía estar llena de panfletos de Ante el diluvio. El parasol que llevaba la madre y la<br />

luz que chispeaba en los ojos de la niña le recordaban a la niña taciturna de su clase.<br />

No, puede que no fueran fieles de la Asociación de los Testigos, sino,<br />

simplemente, una madre y una hija normales y corrientes, de camino a alguna clase.<br />

En la bolsa de tela llevarían partituras de piano, un set de caligrafía o algo por el<br />

estilo. «Soy yo, que ando demasiado sensible», pensó Tengo. Luego cerró los ojos y<br />

tomó aliento, poco a poco. Los domingos el tiempo transcurría de una manera<br />

extraña y todo a su alrededor se deformaba de una manera extraña.<br />

De vuelta en casa se preparó una cena sencilla. Ahora que se acordaba, no había<br />

almorzado. Después de la cena pensó en llamar por teléfono a Komatsu. Seguro que<br />

estaba deseando oír cómo había ido el encuentro. Pero era domingo y no se hallaría<br />

en la empresa. Además, no sabía el número de teléfono de la casa de Komatsu.<br />

Bueno, si quería enterarse, ya llamaría él.<br />

Cuando las agujas del reloj marcaron las diez, y Tengo ya pensaba irse a la cama,<br />

sonó el teléfono. Supuso que se trataría de Komatsu pero al coger el aparato, se<br />

escuchó la voz de su novia mayor.<br />

—Oye, te prometo que no voy a quitarte mucho tiempo, pero ¿puedo ir a tu casa<br />

pasado mañana por la tarde, aunque sea un rato? —le dijo ella.

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