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—Tú no eres nadie. —El padre repitió aquellas misma palabras en un tono<br />

desprovisto de sentimiento—. Nunca fuiste nada, no eres nada y nunca lo serás.<br />

«Eso es suficiente», pensó Tengo.<br />

Quería levantarse de la silla, caminar hasta la estación y regresar a Tokio. Ya<br />

había oído todo lo que tenía que oír. Pero no pudo levantarse. Igual que el joven que<br />

había llegado al pueblo de los gatos. Sentía curiosidad. Quería conocer las profundas<br />

circunstancias que había detrás. Quería oír una respuesta más precisa. Naturalmente,<br />

entrañaba un peligro. Pero si dejaba pasar aquella oportunidad, seguramente nunca<br />

conocería el secreto de su vida. Este probablemente se hundiría en medio de la<br />

confusión.<br />

Tengo ordenó las palabras en su mente una y otra vez. Luego habló con<br />

resolución. Se trataba de una pregunta que le había querido hacer en numerosas<br />

ocasiones desde pequeño, pero que nunca fue capaz de formular.<br />

—¿Me está diciendo, entonces, que usted no es mi padre en el sentido biológico?<br />

¿Que entre nosotros no existe ningún lazo de sangre?<br />

El padre lo miraba a la cara, en silencio. Por su expresión no se sabía si había<br />

comprendido o no el meollo de la pregunta.<br />

—Robar ondas electromagnéticas es un acto delictivo —dijo el padre mirándolo<br />

a los ojos—. Exactamente lo mismo que robar dinero. ¿No cree?<br />

—Sí, es verdad —reconoció Tengo.<br />

Satisfecho, el padre asintió varias veces con la cabeza.<br />

—Las ondas electromagnéticas no caen del cielo, gratis, como la lluvia o la nieve<br />

—dijo el padre.<br />

Tengo miraba las manos de su padre con la boca cerrada. Estaban bien colocadas<br />

sobre sus rodillas. La mano derecha sobre la rodilla derecha; la mano izquierda sobre<br />

la rodilla izquierda. No se movían ni un ápice. Eran unas manos pequeñas y oscuras.<br />

Parecía que el bronceado había calado hasta el cerne en su cuerpo. Eran unas manos<br />

que habían trabajado a la intemperie durante muchos años.<br />

—Mamá no se murió cuando yo era pequeño, ¿verdad? —preguntó Tengo<br />

despacio, dividiendo las palabras.<br />

El padre no respondió. Su expresión no cambió, sus manos no se movieron.<br />

Aquellos ojos miraban a Tengo como si observaran algo nunca visto.<br />

—Mamá se marchó de su lado. Lo dejó a usted y me abandonó a mí.<br />

Probablemente se fue con otro hombre. ¿Me equivoco?<br />

El padre asintió.<br />

—Robar ondas electromagnéticas no está bien. Uno no puede hacer lo que le<br />

viene en gana y escaparse tan pancho.

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