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AOMAME<br />

El equilibrio en sí mismo es el bien<br />

Capítulo 11<br />

Sobre la alfombra que cubría el suelo del dormitorio, Aomame extendió la<br />

alfombrilla de esponja azul para yoga que se había traído. Luego le dijo al hombre<br />

que se desvistiera de cintura para arriba. Él se levantó de la cama y se quitó la<br />

camisa. Sin ella, parecía de constitución más robusta que cuando la llevaba puesta.<br />

Tenía el pecho grueso, pero no le colgaba nada de grasa y era musculoso. A primera<br />

vista parecía un cuerpo sano.<br />

Tal y como Aomame le ordenó, se acostó boca abajo sobre la alfombrilla.<br />

Entonces, Aomame colocó los dedos sobre su muñeca y le tomó el pulso. Sus latidos<br />

eran profundos y resonantes.<br />

—¿Practica usted algún tipo de actividad física a diario? —preguntó Aomame.<br />

—Ninguna. Sólo respiro.<br />

—¿Sólo respira?<br />

—Un tipo de respiración un poco diferente a la normal —dijo el hombre.<br />

—Como la que realizaba hace un momento a oscuras, ¿no? Una respiración<br />

honda reiterada, valiéndose de todos los músculos del cuerpo.<br />

El hombre, tumbado boca abajo, asintió con un pequeño movimiento de cabeza.<br />

A Aomame no le convenció. Era cierto que se trataba de una respiración intensa<br />

que requería bastante fuerza física. Pero, con todo, era imposible mantener un cuerpo<br />

tan musculoso y vigoroso con sólo respirar.<br />

—Lo que le voy a hacer ahora le va a doler bastante —dijo Aomame con una voz<br />

monótona—. Porque si no le doliera, sería ineficaz. De todas formas, puedo controlar<br />

la cantidad de dolor, así que cuando le duela no se reprima y dígalo.<br />

El hombre hizo una breve pausa y luego habló.

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