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Tolstói y Dostoievski, y que llevaba una vida apacible en Moscú— a irse solo a la isla<br />

de Sajalín, en los confines del mundo. Sajalín era, principalmente, un lugar que había<br />

sido explotado como colonia penal, y a la mayoría de la gente le causaba una<br />

impresión de mal augurio y miseria. Y como por aquel entonces todavía no existía el<br />

Transiberiano, la mortificación de tener que recorrer más de cuatro mil kilómetros<br />

por tierras heladas atormentó sin clemencia su cuerpo, que nunca había gozado de<br />

muy buena salud. La obra La isla de Sajalín, que terminó de escribir al finalizar su<br />

viaje de ocho meses por Extremo Oriente, dejó apabullados a muchos lectores, ya que<br />

se trataba de algo más cercano a un informe sobre una investigación o a un libro<br />

topográfico de índole práctica, que a una obra literaria propiamente dicha. «¿Por qué<br />

habrá hecho un escritor como Chéjov, en su mejor momento, algo tan absurdo y<br />

disparatado?», cuchicheaba todo el mundo a su alrededor.<br />

Entre los críticos también había quien opinaba que sólo era «autopropaganda<br />

focalizada hacia los problemas sociales». «No tendría qué escribir y se habrá ido en<br />

busca de material», opinaban otros. Tengo le mostró a Fukaeri el mapa que traía el<br />

libro y le enseñó dónde estaba situada Sajalín.<br />

—Por qué fue Chéjov a Sajalín —preguntó Fukaeri.<br />

—¿Quieres saber qué es lo quejo pienso?<br />

—Sí. Tú has leído el libro.<br />

—Sí.<br />

—Qué opinas.<br />

—Quizá ni el propio Chéjov supiera el motivo exacto —dijo Tengo—. Es decir,<br />

tal vez simplemente quería ir allí para ver cómo era. Vería la forma de la isla de<br />

Sajalín en el mapa y le entrarían unas ganas locas de ir. A mí me pasa lo mismo: estar<br />

mirando un mapa y encontrar un lugar que hace que te digas: «Me gustaría ir ahí, sea<br />

como sea». Y muchos de ellos son sitios lejanos e inhóspitos. Te mueres de ganas por<br />

saber cómo es el paisaje, qué ocurre en ese lugar. Es como el sarampión, que viene y se<br />

va. Por lo tanto, no puedes explicar a los demás el origen de ese arrebato. Se trata de<br />

curiosidad en estado puro. Inspiración sin más explicaciones. Y viajar a Sajalín desde<br />

Moscú en aquella época era un suplicio inimaginable, de modo que supongo que, en<br />

el caso de Chéjov, ése no era el único motivo.<br />

—Qué quieres decir.<br />

—Chéjov era escritor y, al mismo tiempo, médico. Como científico que era, debía<br />

de querer examinar con sus propios ojos esa especie de área enferma del gigantesco<br />

Estado ruso. El hecho de ser un escritor de la capital, perteneciente a la flor y nata de<br />

la sociedad, incomodaba a Chéjov. Estaba hastiado del ambiente de los círculos<br />

literarios moscovitas; no congeniaba con sus colegas, literatos pedantes que se hacían<br />

la zancadilla los unos a los otros. Sus sentimientos hacia los críticos maliciosos sólo<br />

eran de aversión. El viaje a la isla de Sajalín debió de ser una especie de peregrinaje

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