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—Entonces, ¿quién demonios envió lo que escribiste a la editorial como obra<br />

candidata?<br />

Fukaeri encogió ligeramente los hombros. Luego se quedó callada durante unos<br />

quince segundos.<br />

—Nadie.<br />

—Nadie —repitió Tengo, y de su boca fruncida escapó un lento suspiro. ¡Vaya!<br />

Las cosas no avanzaban con tanta facilidad. Tal y como había pensado.<br />

Tengo había salido varias veces con estudiantes de la academia preparatoria. Es<br />

decir, una vez que habían dejado la academia y habían entrado en la universidad.<br />

Habían sido ellas las que se habían puesto en contacto con él y le habían dicho que<br />

les gustaría quedar; habían quedado, charlado e ido juntos a algún sitio. Tengo no<br />

tenía ni idea de qué les atraía de él. Pero, de todas formas, estaba soltero y ellas ya no<br />

eran alumnas suyas. No había ningún motivo para rechazar aquellas citas.<br />

Sólo en dos ocasiones las citas se habían prolongado y habían derivado en<br />

relaciones carnales. Pero las relaciones con ellas se habían terminado de pronto, de<br />

forma natural, al cabo de poco tiempo. A Tengo le intranquilizaba estar con chicas<br />

dinámicas que acababan de entrar en la universidad. No se sentía cómodo con ellas.<br />

Al principio resultaba nuevo e interesante, como quien sale con una gatita en edad de<br />

jugar, pero al cabo de poco tiempo se cansaba. Y las chicas también descubrían que el<br />

carácter del profesor de matemáticas no era el mismo que cuando salía a la tarima y<br />

les hablaba apasionadamente sobre las matemáticas. En cierto sentido, era como si se<br />

llevaran un chasco. Tengo las comprendía.<br />

A él le tranquilizaba salir con mujeres mayores que él. Pensar que, hiciera lo que<br />

hiciese, no tenía que llevar la iniciativa le quitaba un peso de encima. Además,<br />

muchas mujeres mayores sentían simpatía por él. Por eso, desde que había empezado<br />

una relación con una mujer casada diez años mayor que él, hacía un año, había<br />

dejado por completo de salir con chicas jóvenes. Quedando una vez por semana en<br />

su piso con su novia mayor, saciaba la mayor parte de esa especie de deseo (o<br />

necesidad) de una mujer de carne y hueso. Luego escribía, leía o escuchaba música<br />

solo, recogido en su habitación, o a veces iba a nadar a la piscina del barrio. Aparte<br />

de las escasas conversaciones con sus compañeros de la academia preparatoria,<br />

apenas hablaba con nadie. Y no es que esa vida le produjera insatisfacción. No, al<br />

contrario; se acercaba a su modelo ideal de vida.<br />

Sin embargo, cuando Fukaeri, aquella chica de diecisiete años, apareció delante<br />

de él, Tengo sintió una especie de estremecimiento, bastante intenso, en el corazón.<br />

Era lo mismo que sintió cuando vio sus fotografías por primera vez; pero delante de<br />

ella, en persona, el estremecimiento era más fuerte. No se trataba de amor, ni de<br />

deseo sexual. Seguramente, algo había entrado a través de un pequeño resquicio en<br />

su interior e intentaba llenar un vacío. Tenía esa sensación. El vacío no lo había

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