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parecieran tener holgura económica también era un punto a favor, puesto que,<br />

naturalmente, eran los hombres los que abonaban las cuentas en los bares y clubes,<br />

así como las facturas de hotel.<br />

Sin embargo, cuando hacia finales de junio decidieron darse un modesto festín<br />

sexual (al final resultó ser su última juerga en pareja), fueron incapaces de encontrar<br />

hombres decentes. El tiempo pasaba, cambiaron varias veces de local, pero el<br />

resultado fue el mismo. Para ser un viernes por la noche de finales de mes, todos los<br />

locales, desde Roppongi hasta Akasaka, estaban sorprendentemente muertos;<br />

escaseaban los clientes y no había muchos hombres entres quienes elegir. Además, el<br />

cielo se había encapotado y por todo Tokio se respiraba un ambiente opresivo, como<br />

si se hubiera vestido de luto por alguien.<br />

—Hoy me parece que no va a ser posible. Démonos por vencidas —dijo<br />

Aomame. El reloj marcaba ya las diez y media. Ayumi cedió a regañadientes.<br />

—¡Mierda! Es la primera vez que veo un viernes por la noche tan depresivo. ¡Y<br />

eso que me he puesto una lencería púrpura muy sexy...!<br />

—Pues vuelve a casa y embelésate sola delante del espejo.<br />

—Ni yo me atrevería a hacer eso en el cuarto de baño de la residencia para<br />

policías.<br />

—En fin, hoy es mejor que nos rindamos, que nos tomemos una copa<br />

tranquilamente y que nos vayamos a casa a dormir.<br />

—Será lo mejor —respondió Ayumi. Luego, de repente, añadió algo—: ¡Es<br />

verdad! Aomame, ¿por qué no vamos a comer algo ligero antes de volver a casa?<br />

Tengo unos treinta mil yenes de sobra.<br />

Aomame frunció el ceño.<br />

—¿De sobra? ¿Pero qué demonios? ¿No eras tú la que andabas diciendo siempre<br />

que si tu sueldo era una miseria, que si no tenías ni un duro...?<br />

Ayumi se rascó un lado de la nariz con el índice.<br />

—La verdad es que el otro día un hombre me dio treinta mil yenes. Al<br />

despedirnos, me los entregó y me dijo que eran para pagar el taxi.<br />

Fue el día que lo hicimos con los dos que trabajaban en una inmobiliaria.<br />

—¿Y fuiste capaz de aceptárselos? —dijo Aomame asombrada<br />

—Debió de pensar que éramos medio profesionales —respondió Ayumi entre<br />

una risa sofocada—. Está claro que no tenía ni idea de que somos una agente de la<br />

Jefatura Superior de la Policía Metropolitana y una instructora de artes marciales.<br />

Pero ¿qué hay de malo? Él se forra con el negocio inmobiliario, le sobra el dinero.

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