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través de la taiga. No es raro verlos en fila india, seguidos de sus familias y sus<br />

perros, atravesando una marisma al lado mismo de una carretera.»<br />

Se imaginó a los guiliakos, ataviados con sus toscas vestimentas, en fila india,<br />

junto a sus perros y sus mujeres, caminando, parcos en palabras, a través de la taiga<br />

que corre a lo largo de la carretera. Dentro de sus nociones de tiempo, espacio y<br />

probabilidad no existían las carreteras. El caminar en silencio por la taiga en vez de<br />

por la carretera, por incómodo que fuera, debía de permitirles comprender<br />

claramente su razón de ser.<br />

«¡Pobres guiliacos!», había dicho Fukaeri.<br />

El rostro adormecido de Fukaeri se perfiló en su mente. Dormía vestida con el<br />

pijama de Tengo, que le quedaba demasiado grande. Tenía las mangas y el pantalón<br />

arremangados. Él lo sacó de la lavadora, se lo llevó a la nariz y lo olió.<br />

«No puedo pensar en eso», se dijo Tengo, al volver de repente en sí. Pero<br />

entonces ya era demasiado tarde.<br />

Tengo eyaculó varias veces con fuerza dentro de la boca de su novia. Ella recibió<br />

hasta la última gota y luego salió de la cama y se fue al baño. Se oyó cómo abrió el<br />

grifo, cómo corrió el agua y se enjuagó la boca. A continuación volvió a la cama como<br />

si nada hubiera sucedido.<br />

—Lo siento —se disculpó Tengo.<br />

—No has podido aguantar más, ¿verdad? —dijo su novia. Entonces le acarició la<br />

nariz con la punta del dedo—. No pasa nada, hombre ¿Qué? ¿Te ha gustado?<br />

—Mucho —respondió él—. Dentro de un rato creo que podré volver a hacerlo.<br />

—Ya tengo ganas —dijo ella. Entonces pegó la mejilla contra el pecho desnudo<br />

de Tengo. Cerró los ojos y permaneció quieta. Tengo sentía en sus pezones la<br />

respiración pausada de la nariz de ella.<br />

—¿Sabes en qué pienso siempre cuando veo y toco tu pecho? —le preguntó ella.<br />

—Ni idea.<br />

—En las puertas de los castillos que salen en las películas de Akira Kurosawa.<br />

—Las puertas de los castillos —repitió Tengo, mientras le acariciaba la espalda a<br />

ella.<br />

—Por ejemplo, en sus viejas películas en blanco y negro, como Trono de sangre y<br />

La fortaleza escondida, aparecen grandes y recias puertas. Esas que están llenas de una<br />

especie de tachuelas enormes. Siempre pienso en ellas. Macizas y gruesas.<br />

—Pero mi pecho no tiene tachuelas clavadas —comentó Tengo.<br />

—No me había dado cuenta —dijo ella.

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