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vehículos había disminuido y en la ciudad reinaba el silencio más absoluto. De vez<br />

en cuando tenía la impresión de estar desubicada. «¿Será esto real?», se repetía a sí<br />

misma. Si no era la realidad, no tenía ni idea de dónde podía buscarla, así que, por el<br />

momento, no le quedaba más remedio que admitir que aquélla era la única realidad,<br />

y adaptarse a ella lo mejor que pudiera.<br />

«Morir no me da miedo», volvió a comprobar Aomame. «Lo que me da miedo es<br />

que la realidad me engañe. Que la realidad me abandone.»<br />

Estaba preparada. También había ordenado sus sentimientos. En cuanto Tamaru<br />

se pusiera en contacto con ella, dejaría el piso de inmediato. Pero la llamada no<br />

llegaba. La fecha del calendario se acercaba al final de agosto. El verano estaba a<br />

punto de terminar y, fuera, las cigarras esgarraban su último canto. Aunque cada día<br />

le parecía interminable, había pasado un mes sin darse apenas cuenta.<br />

Al regresar de su trabajo en el gimnasio, Aomame se quitó la ropa empapada de<br />

sudor, la echó en el cesto de la ropa sucia y se dejó puestos una camiseta sin mangas<br />

y unos shorts. Pasado el mediodía, cayó un fuerte aguacero. El cielo estaba oscuro, las<br />

gotas de lluvia, grandes como guijarros, golpeaban el pavimento y tronó durante un<br />

rato. Una vez pasado el aguacero, las calles quedaron anegadas. El sol regresó y<br />

evaporó el agua con todas sus fuerzas y la ciudad se cubrió de vapor, como una<br />

calina. De noche, las nubes volvieron a surgir y taparon el cielo con un tupido velo.<br />

No se veía la Luna.<br />

Antes de ponerse a preparar la cena necesitaba un descanso. Mientras bebía un<br />

vaso de té frío de cebada tostada y comía las edamame que había cocido con<br />

antelación, abrió el periódico sobre la mesa de la cocina. Leyó deprisa los artículos de<br />

la primera plana y fue pasando las páginas por orden. No encontró nada que le<br />

interesara. Era la edición vespertina de siempre. Sin embargo, cuando abrió las<br />

páginas de sucesos, un retrato de Ayumi le saltó a los ojos. Aomame tragó saliva y<br />

frunció la cara.<br />

Lo primero que pensó fue que aquello no podía ser. Había confundido a Ayumi<br />

con la foto de alguien que se le parecía mucho, puesto que si Ayumi apareciera en<br />

una foto en el periódico, no le darían tanta cobertura. Sin embargo, cuanto más<br />

miraba, más le parecía la cara de la joven agente bien conocida por ella. Era la<br />

compañera de sus esporádicas y modestas juergas sexuales. En la foto, Ayumi<br />

sonreía ligeramente. Era una sonrisa más bien desmañada y artificial. La Ayumi real<br />

sonreía de una manera más natural y abierta. Parecía una foto tomada para un álbum<br />

oficial. Era como si aquella torpeza entrañara cierto elemento inquietante.<br />

Si fuera posible, Aomame preferiría no leer aquel artículo, puesto que el gran<br />

titular al lado de la foto permitía adivinar que algo había ocurrido. Pero no podía<br />

evitarlo. Aquélla era la realidad. Pasara lo que pasara, no podía evadir la realidad.<br />

Tras soltar un hondo suspiro, Aomame leyó el texto.<br />

«Ayumi Nakano (26 años). Soltera. Residente en Shinjuku (Tokio).»

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