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Contuvo el aliento y estuvo centrado en aquella tarea hasta que, al tomar un<br />

respiro y mirar el reloj de pared, vio que ya eran casi las tres. De hecho, todavía no<br />

había almorzado. Tengo fue a la cocina, puso agua a hervir en una tetera y, entre<br />

tanto, molió granos de café. Se comió unas cuantas galletas con queso, mordisqueó<br />

una manzana y, cuando el agua hirvió, preparó café. Mientras lo bebía en un tazón,<br />

se puso a pensar en sus relaciones sexuales con su novia mayor, para desconectar.<br />

Normalmente, eso sería lo que estaría haciendo justo en ese momento con ella. Y ¿qué<br />

haría él? ¿Qué haría ella? Cerró los ojos, mirando hacia el techo, y soltó un profundo<br />

suspiro preñado de sugerencias y posibilidades.<br />

Luego regresó al escritorio, volvió a cambiar el chip y releyó en la pantalla del<br />

ordenador el bloque inicial de La crisálida de aire que había reescrito. Como cuando el<br />

general en la escena inicial de Senderos de gloria, de Stanley Kubrick, inspecciona las<br />

trincheras. Asentía ante lo que veía. No estaba mal. El texto había mejorado. Las<br />

cosas avanzaban. Pero, aun así, no era suficiente. Todavía había muchas cosas por<br />

hacer. Los sacos de tierra se desmoronaban aquí y allá. Había escasez de munición<br />

para las ametralladoras. En las alambradas de espino se detectaban partes poco<br />

protegidas.<br />

Imprimió en papel el texto. Luego guardó el documento, apagó el ordenador y lo<br />

apartó hacia un lado de la mesa. Entonces se puso la copia que había imprimido<br />

delante y la releyó cuidadosamente con un lápiz en la mano. Aquellas partes que<br />

consideraba sobrantes las tachaba de nuevo y las que le parecían insuficientes las<br />

completaba y corregía hasta que quedaba convencido de que no había nada que<br />

desentonara con el resto. Ponía todo su cuidado en elegir las palabras que cada caso<br />

requería y probaba a encajarlas desde diferentes ángulos, como quien elige azulejos<br />

para cubrir pequeñas fisuras en un baño. Si no encajaban bien, modificaba la forma.<br />

Una ínfima diferencia de matices podía dar vida a un texto o echarlo a perder.<br />

La impresión que producía un texto, aun siendo el mismo, al verlo en la pantalla<br />

del ordenador o impreso en folios era ligeramente diferente. El tacto de las palabras<br />

también cambiaba dependiendo de si estaban escritas con lápiz en papel o de si<br />

habían sido tecleadas en el ordenador. Era necesario inspeccionarlo desde las dos<br />

ópticas. Encendió el aparato e introdujo en la pantalla cada corrección realizada a<br />

lápiz en la copia impresa. Luego, volvió a leer el texto en la pantalla. «No está mal»,<br />

pensó Tengo. Cada frase tenía el peso apropiado y, de ello, surgía un ritmo natural.<br />

Sentado en la silla, Tengo estiró la espalda, miró hacia el techo y lanzó un gran<br />

suspiro. Por supuesto, eso no quería decir que hubiera terminado. Si cada día lo<br />

releía, encontraría nuevas cosas que corregir. Pero de momento era suficiente. Ya no<br />

podía concentrarse más. Necesitaba un periodo para dejar enfriar las cosas. Las<br />

agujas del reloj se aproximaban a las cinco y, a su alrededor, empezaba a oscurecer.<br />

Al día siguiente corregiría el bloque siguiente. Corregir las primeras páginas le había<br />

llevado casi un día entero. Había sido más afanoso de lo que había pensado. Pero<br />

una vez encarrilado y una vez que el ritmo había surgido, el trabajo avanzaría con

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