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—Sí, si pusiera una puerta de tela metálica en el interior y la puerta fuese,<br />

entonces, doble, cada vez que entrara o saliera no tendría por qué preocuparse de<br />

que las mariposas se escaparan.<br />

La señora alcanzó el plato con la mano izquierda, con la derecha asió la tacita, se<br />

la llevó a la boca y tomó un trago de té. Saboreó el aroma y asintió ligeramente.<br />

Luego devolvió la tacita al plato, y el plato a la bandeja. Tras apretar suavemente la<br />

servilleta contra sus labios, se la colocó sobre el regazo. Para realizar tan sólo esas<br />

acciones tardó, sin exagerar, aproximadamente el triple de tiempo que una persona<br />

normal. A Aomame le recordaba un hada que, en las profundidades del bosque,<br />

sorbía el tonificante relente de la mañana.<br />

A continuación, la señora emitió un pequeño carraspeo.<br />

—No me gustan las telas metálicas —dijo.<br />

Aomame esperó en silencio a que siguiera hablando, pero no hubo continuación.<br />

La señora acabó de hablar sin dejar claro si el hecho de que no le gustaran las telas<br />

metálicas era una postura general frente a las cosas que restringían la libertad, si<br />

surgía de un punto de vista estético o si se trataba simplemente de un gusto<br />

fisiológico sin un motivo en particular. Sin embargo, de momento, aquello no<br />

resultaba un problema de especial importancia. Tan sólo se le había ocurrido y se lo<br />

había preguntado.<br />

Aomame también asió el platillo con la tacita, igual que la señora, y bebió un<br />

trago sin hacer ruido. A ella no le gustaba tanto el té. Prefería el café caliente y<br />

cargado, como los demonios de medianoche. Pero seguramente no era una bebida<br />

apropiada para tomar en un invernadero a primera hora de la tarde. Por eso, siempre<br />

que iba allí pedía lo mismo que ella para beber. La señora le recomendó las pastas y<br />

Aomame se comió una. Eran de jengibre. Estaban recién horneadas y sabían a<br />

jengibre fresco. Aquella mujer había pasado una temporada en Inglaterra durante la<br />

preguerra. Aomame se acordó de ello. La señora también cogió una pasta y la<br />

mordisqueó poco a poco. Con sigilo, para no despertar a la excepcional mariposa que<br />

dormía sobre su hombro.<br />

—Cuando regrese a casa, Tamaru le entregará la llave, como de costumbre —dijo<br />

ella—. Una vez que usted termine, envíela de vuelta por correo, como siempre.<br />

—De acuerdo.<br />

A continuación se produjo un silencio confortable durante un buen rato. Ningún<br />

sonido del mundo exterior llegaba al interior completamente cerrado del<br />

invernadero. Las mariposas seguían durmiendo en paz.<br />

—Nosotras no hacemos nada erróneo —dijo la señora, mirando a Aomame a la<br />

cara. Aomame se mordió un poco el labio. Luego asintió.<br />

—Lo sé.<br />

—Mire el contenido de ese sobre, por favor —dijo la señora.

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