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Aomame miró el pezón. Ciertamente, no era pequeño, pero no podía<br />

considerarse de un tamaño preocupante. Sólo eran un poco más grandes que los de<br />

Tamaki.<br />

—Es lindo. ¿Quién te dijo que son demasiado grandes?<br />

—Un hombre. Me dijo que en su vida había visto unos pezones tan enormes.<br />

—Había visto pocos. Me parecen normales. Los míos sí que son demasiado<br />

pequeños.<br />

—Pues a mí me gustan tus tetas. Dan una sensación de elegancia e inteligencia.<br />

—¿Qué me dices? Son demasiado pequeñas y diferentes la una de la otra, lo cual<br />

es un incordio a la hora de escoger sujetador, porque la talla de la de la derecha es<br />

diferente a la de la izquierda.<br />

—¿Ah, sí? Cada uno vive con sus preocupaciones.<br />

—Efectivamente —dijo Aomame—. Así que ahora duérmete.<br />

Ayumi alargó una mano bajo las sábanas e intentó meter los dedos dentro del<br />

pijama de Aomame. Ésta le agarró la mano y se la apretó.<br />

—Ni se te ocurra. Hace un rato me prometiste que no harías nada extraño.<br />

—Lo siento —dijo Ayumi, y retiró la mano—. Sí, es verdad que te lo he<br />

prometido hace un rato. Estoy borrachísima. Pero es que te admiro, igual que una<br />

estudiante de instituto sin gracia.<br />

Aomame se quedó callada.<br />

—Oye, seguro que estás atesorando lo que más aprecias para ese chico, ¿no? —<br />

murmuró Ayumi en voz baja—, ¡Qué envidia! Tener alguien para quien poder<br />

guardarse.<br />

«Quizá», pensó Aomame. «Pero ¿qué es lo que yo más aprecio?»<br />

—¿Quieres dormirte de una vez?—dijo Aomame—, Te dejo que me abraces<br />

hasta quedarte dormida.<br />

—Gracias —le respondió Aomame—, Perdona que sea una pesada.<br />

—No tienes por qué disculparte —dijo Aomame—. No estás siendo pesada.<br />

Aomame sentía el cálido aliento de Ayumi en la axila. A lo lejos ladraba un perro<br />

y alguien cerró una ventana de golpe. Durante un buen rato estuvo acariciando el<br />

pelo de Ayumi.<br />

Aomame dejó a Ayumi allí dormida y salió de la cama. Parecía que aquella<br />

noche tendría que dormir en el sofá. Sacó agua mineral de la nevera y se bebió dos<br />

vasos. Luego salió al angosto balcón, se sentó en una silla de aluminio y contempló<br />

las calles. Era una tranquila noche de primavera. La brisa traía un ruido, como un

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