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espantosos y estaban negros por el efecto de los gases de escape de los vehículos;<br />

además, por todas partes había llamativos paneles publicitarios. Aquel paisaje la<br />

deprimía. ¿Por qué tenía que construir la gente lugares tan opresivos? Tampoco se<br />

trataba de que hasta el último rincón del mundo fuera hermoso, pero ¿acaso no sería<br />

mejor que las cosas no tuvieran que llegar a ser tan feas?<br />

De pronto, por fin tuvo a la vista aquel sitio familiar. Era el lugar en el que se<br />

había bajado del taxi la vez anterior. El enigmático taxista de mediana edad le había<br />

explicado que allí había unas escaleras de emergencia. Más adelante se veía un gran<br />

panel publicitario de la petrolera Esso. El tigre sonreía de oreja a oreja, con la<br />

manguera de un surtidor de gasolina en la mano. El mismo panel de aquel día.<br />

PONGA UN TIGRE EN SU AUTOMÓVIL.<br />

De repente, Aomame se dio cuenta de que tenía la garganta reseca. Tosió y metió<br />

la mano en el bolso bandolera para sacar unos caramelos para la tos con sabor a<br />

limón. Se llevó uno a la boca y volvió guardar la caja en el bolso. De paso, agarró con<br />

fuerza la empuñadura de la Heckler & Koch, que estaba dentro del bolso. Confirmó<br />

su dureza, su peso. «Sí. Está bien», pensó Aomame. Luego el coche volvió a avanzar<br />

un poco.<br />

—Pásate al carril de la izquierda —le dijo Aomame al taxista.<br />

—Pero por el de la derecha el tráfico es más fluido —objetó el taxista<br />

pacíficamente—. Además, la salida para Ikejiri está a la derecha, así que pasarnos a la<br />

izquierda sería complicar las cosas.<br />

Aomame no admitió las objeciones.<br />

—Da igual, tú métete a la izquierda.<br />

—Como usted diga. —El taxista se dio por vencido.<br />

Sacó la mano por la ventanilla e hizo señales al camión de congelados que había<br />

detrás. Tras cerciorarse de que el camionero lo había visto, metió el morro del coche y<br />

se cambió al carril de la izquierda. A continuación avanzaron unos cincuenta metros<br />

y todos los vehículos se detuvieron.<br />

—Voy a bajarme aquí. Abre la puerta.<br />

—¿Bajarse? —preguntó el taxista estupefacto—. ¿Se va a bajar aquí?<br />

—Claro, me bajo aquí. Es aquí donde tengo ese asunto pendiente.<br />

—Pero, señora, estamos en medio de la autopista. Es peligroso y bajándose no<br />

tiene ningún sitio adonde ir.<br />

—Ahí al lado hay unas escaleras de emergencia, así que no te preocupes.<br />

—Unas escaleras de emergencia. —El taxista sacudió la cabeza—. No sé si las<br />

hay o no, pero si en la empresa se enteran de que he dejado bajar a un cliente en este

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