13.05.2013 Views

pablo.pdf

pablo.pdf

pablo.pdf

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

las yemas de sus dedos recordaban. Si alguno de los músculos presentaba un tacto<br />

un poco diferente al habitual, lo estimulaba con distintas intensidades, desde<br />

distintos ángulos, y comprobaba cómo reaccionaba: si le causaba dolor, placer o no<br />

obtenía respuesta alguna. No sólo desentumecía las partes rígidas y compactas, sino<br />

que también ayudaba a la señora para que consiguiera mover los músculos por sus<br />

propios medios. También había partes, por supuesto, que resultaban difíciles de<br />

distender sólo con la fuerza de uno. Esas zonas las estiraba con esmero. Pero lo que<br />

los músculos apreciaban más y recibían mejor era el esfuerzo que cada cual realizaba<br />

por sí mismo.<br />

—¿Le duele aquí? —preguntó Aomame. Tenía los músculos de la ingle mucho<br />

más rígidos de lo normal. Presentaban un agarrotamiento pernicioso. Le metió una<br />

mano en el hueco de la pelvis y le torció un poco el muslo en un ángulo especial.<br />

—Mucho —respondió la anciana frunciendo el ceño.<br />

—Estupendo. Es bueno que sienta dolor. Si no lo sintiera, tendría un problema.<br />

¿Podrá soportar un poco más de dolor?<br />

—Claro —le dijo la anciana. No era necesario preguntar. Tenía un carácter<br />

resistente. Por lo general aguantaba en silencio. Aunque frunciera el ceño, nunca<br />

gritaba. Aomame había visto a unos cuantos hombres grandes y fuertes gritar, sin<br />

querer, cuando les daba masajes. Por eso no dejaba de admirarle la fuerza de<br />

voluntad de la señora.<br />

Aomame sujetó el codo derecho, como si fuera el fulcro de una palanca, y torció<br />

aún más el muslo de la señora. Crujió con un ruido sordo y la articulación se movió.<br />

La anciana tragó saliva, pero no se quejó.<br />

—Con esto debería desaparecer —dijo Aomame—, Se le pasará pronto.<br />

La anciana soltó un gran suspiro. El sudor le brillaba en la frente. «Gracias», le<br />

dijo en voz baja.<br />

Durante una buena hora, Aomame desentumeció el cuerpo entero de la señora,<br />

le estimuló los músculos, se los estiró y le distendió las articulaciones. Todo<br />

acompañado de un dolor considerable. Pero sin dolor no había arreglo. Tanto<br />

Aomame como la señora lo sabían; por lo tanto, se pasaron la hora casi en silencio. La<br />

sonata para flauta dulce se había terminado sin que ellas se dieran cuenta y el<br />

reproductor de discos compactos había enmudecido. No se escuchaba nada más que<br />

el canto de los pájaros procedente del jardín.<br />

—Tengo la sensación de que se me ha aligerado el cuerpo —dijo la señora<br />

después de una pausa. Estaba tumbada boca abajo, rendida. La gran toalla de baño<br />

que cubría la camilla para masajes se había teñido de sudor.<br />

—Me alegro —dijo Aomame.<br />

—El que esté a mi lado me ayuda muchísimo. No sé qué haría sin usted.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!