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allí se lavó la cara con jabón, se arregló las cejas con unas tijeritas y se limpió los<br />

oídos con bastoncillos de algodón.<br />

«O me estoy volviendo loca o es el mundo el que enloquece. Una de dos. No sé<br />

cuál es. La botella y el tapón no encajan. Puede ser culpa de la botella o del tapón,<br />

pero de todos modos, la realidad de la diferencia de tamaños es inamovible.»<br />

Aomame abrió el frigorífico e inspeccionó su interior. Como hacía días que no<br />

iba a la compra, no había gran cosa. Sacó una papaya madura, la cortó con un<br />

cuchillo en dos mitades y se la comió con una cuchara. Luego cogió tres pepinos, los<br />

lavó y se los comió con mayonesa. Los masticó lentamente, tomándose su tiempo. Se<br />

bebió un vaso de leche de soja. Ésa fue toda la cena. Una comida frugal, pero perfecta<br />

para evitar el estreñimiento. El estreñimiento era una de las cosas que más<br />

repugnancia le hacían sentir en el mundo. Tanto como los hombres infames que<br />

practicaban la violencia doméstica o como los fundamentalistas religiosos de miras<br />

estrechas.<br />

Al acabar de cenar, Aomame se desnudó y se dio una ducha caliente. Salió de la<br />

ducha, se secó con una toalla y miró su cuerpo desnudo reflejado en el espejo de la<br />

puerta. Un vientre plano y unos músculos firmes. El pecho un poco<br />

desproporcionado entre ambos lados y un pubis que recordaba a un campo de fútbol<br />

mal cuidado. «Otra vez se acerca el maldito cumpleaños. ¡Joder, mira que llegar a los<br />

treinta precisamente en un mundo sin sentido como éste!», pensó Aomame, y frunció<br />

el ceño. 1Q84.<br />

Ahí era donde estaba ella.

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