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Fukaeri comenzó a exhalar su cálido y sereno aliento a un ritmo fijo contra el<br />

cuello de Tengo. Tengo divisaba sus orejas, iluminadas por la tenue luz verde del<br />

reloj electrónico, o por los ocasionales rayos que por fin habían empezado a caer.<br />

Aquellas orejas parecían unas cavernas blandas y secretas. «Si fuera mi amante, no<br />

me cansaría de besárselas», pensó Tengo. «Mientras hiciéramos el amor y estuviera<br />

dentro de ella, les daría besos, las mordería suavemente, las lamería, se las calentaría<br />

con mi aliento y las olería. No quiere decir que ahora desee hacerlo. Era una suposición<br />

circunstancial basada en la pura hipótesis de que Si ella fuera mi amante, seguro que<br />

haría eso. No tengo ningún motivo moral para avergonzarme... Quizás.»<br />

Independientemente de que representara o no un problema moral, no debía<br />

pensar en ello. Sin embargo, parecía que un dedo había dado unos golpecitos en el<br />

pene de Tengo y éste se había despertado de su apacible sueño en medio del cieno.<br />

Bostezó, y luego fue levantando la cabeza y endureciéndose de forma paulatina. Al<br />

cabo de poco tiempo, tenía una erección completa y sin reservas, como las velas de<br />

lona de un velero henchidas por un viento favorable soplando del noroeste. Como<br />

consecuencia, el pene erecto se clavó forzosamente en la cintura de Fukaeri. Tengo<br />

soltó un hondo suspiro desde el fondo de su corazón. Llevaba más de un mes sin<br />

hacer el amor, desde que desapareció su novia. Tal vez ése era el motivo. Debería<br />

haber seguido haciendo multiplicaciones de números de tres cifras.<br />

—No te preocupes —le dijo Fukaeri—. Es natural que se ponga dura.<br />

—Gracias —dijo Tengo—, Pero quizá nos esté viendo la Little People.<br />

—Mirando no pueden hacernos nada.<br />

—Mejor —dijo Tengo con voz más tranquila—. De todas formas, me inquieta<br />

que nos estén viendo.<br />

Otro rayo volvió a partir el cielo en dos, como si hubiera rasgado también la vieja<br />

cortina, y el trueno hizo temblar con violencia los cristales de la ventana. Parecía<br />

realmente que estuvieran intentando hacer la ventana añicos. Tal vez se fuera a<br />

romper en cualquier momento. Aunque era una ventana de carpintería de aluminio<br />

bastante recia, si aquellas feroces sacudidas continuaban, no aguantaría mucho más.<br />

Gruesas y duras gotas de lluvia seguían golpeando los cristales, como perdigones<br />

disparados contra un venado.<br />

—Parece que desde hace un rato los rayos apenas se desplazan —dijo Tengo—.<br />

No es normal que una tormenta dure tanto...<br />

Fukaeri miró al techo.<br />

—Va a permanecer aquí durante un rato.<br />

—¿Cuánto es «un rato»?<br />

Fukaeri no contestó. Tengo seguía abrazando tímidamente su cuerpo, con una<br />

pregunta sin respuesta y una erección sin sentido.

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