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La niña miró de reojo a Aomame y luego asintió ligeramente, con un pequeño<br />

movimiento, casi imperceptible.<br />

—Esta niña es Tsubasa. —La anciana se la presentó. Luego preguntó a la niña—.<br />

¿Hace cuánto tiempo que estás aquí, Tsubasa?<br />

La niña movió la cabeza un poco hacia los lados, como diciendo «no sé». Apenas<br />

debió de desplazarla un centímetro.<br />

—Seis semanas y tres días —dijo la anciana—. Quizá tú no lleves la cuenta, pero<br />

yo sí. ¿Sabes por qué?<br />

La niña volvió a negar ligeramente con la cabeza.<br />

—Porque, en ciertos casos, el tiempo es muy valioso —dijo la anciana—. El mero<br />

hecho de llevar la cuenta tiene un significado muy importante.<br />

A ojos de Aomame, Tsubasa tenía el aspecto de una niña de diez años como<br />

cualquier otra. Era bastante alta para su edad, pero estaba delgada y aún no tenía<br />

pecho. Parecía sufrir una malnutrición crónica. Aunque no era fea, no causaba<br />

ninguna impresión. Sus pupilas recordaban a los cristales empañados de una<br />

ventana. Si se escudriñaban, no se veía el interior. Unos labios secos y finos se<br />

movían inquietos de vez en cuando y parecían querer dar forma a algunas palabras,<br />

pero éstas nunca llegaban a materializarse.<br />

La anciana sacó una caja de bombones de una bolsa de papel que había llevado.<br />

En la caja aparecía dibujado un paisaje de las montañas suizas. Sólo contenía una<br />

docena de bellos bombones de diferentes formas. La anciana ofreció uno a Tsubasa,<br />

otro a Aomame, y se llevó otro a la boca. Aomame hizo lo mismo con el suyo.<br />

Después de ver lo que habían hecho, Tsubasa también se comió su bombón. Las tres<br />

permanecieron un rato en silencio, comiendo bombones.<br />

—¿Se acuerda de cuando usted tenía diez años? —le preguntó la anciana a<br />

Aomame.<br />

—Sí que me acuerdo —respondió Aomame. Aquel año había agarrado la mano<br />

de un niño y había jurado seguir amándolo de por vida. Varios meses después le<br />

vino la primera menstruación. Por aquel entonces, había sufrido numerosos cambios<br />

en su interior. Aomame se alejó de la religión y cortó la relación con sus padres.<br />

—Yo también me acuerdo —dijo la anciana—. A los diez años fui a París con mi<br />

padre y residimos allí durante un año. Mi padre trabajaba de diplomático por aquel<br />

entonces. Vivíamos en un viejo apartamento cerca de los Jardines de Luxemburgo.<br />

Transcurría la última etapa de la primera guerra mundial y las estaciones de tren<br />

rebosaban de soldados heridos. Había niños soldado y también ancianos. París era<br />

una ciudad de una belleza apabullante en cualquier estación del año, pero a mí no<br />

me ha quedado más que una impresión ensangrentada. En el frente de batalla se<br />

desarrollaba una encarnizada guerra de trincheras y por las calles deambulaban,<br />

como almas en pena, personas que habían perdido brazos, piernas y ojos. Sólo se veía

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