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ealizar esa operación tan compleja. Era como si ella comprendiera lo que él quería y<br />

lo que no quería. Por eso Tengo se consideraba afortunado por poder verse con ella.<br />

Sin embargo, había ocurrido algo y ella se había perdido. Por algún motivo no<br />

volvería a visitarlo bajo ningún concepto. Y según su marido, más le valía no saber<br />

nada sobre ese motivo y las consecuencias que había provocado.<br />

Cuando, incapaz de dormir, Tengo se sentó en el suelo y se puso a escuchar un<br />

disco de Duke Ellington a bajo volumen, el teléfono volvió a sonar. El reloj de pared<br />

marcaba las diez y doce minutos. No se le ocurrió nadie más, aparte de Komatsu, que<br />

pudiera llamar a aquellas horas. Sin embargo, por la forma de sonar no parecía él.<br />

Las llamadas de Komatsu sonaban de una manera más apresurada y precipitada.<br />

Quizá Yasuda hubiera recordado algo que se había olvidado de comunicarle a<br />

Tengo. Si fuera posible, preferiría no responder al aparato. La experiencia le decía<br />

que una llamada a aquellas horas nunca podía ser buena. Sin embargo, teniendo en<br />

cuenta la situación en la que se encontraba, no había más opción que coger el<br />

teléfono.<br />

—Señor Kawana —dijo un hombre. No era Komatsu, ni Yasuda. Aquella voz<br />

pertenecía, sin lugar a dudas, a Ushikawa. Hablaba como si tuviera la boca llena de<br />

agua (o de un líquido misterioso). Automáticamente, su extraño rostro y su cabeza<br />

chata y ovalada le vinieron a la mente—. Esto..., siento llamarlo a estas horas. Soy<br />

Ushikawa. El otro día me presenté de repente y le robé su tiempo. Hoy ha surgido un<br />

asunto urgente del que quería hablarle y, cuando me he dado cuenta, ya era muy<br />

tarde; sin embargo, espero ser más breve que la vez anterior. Sé perfectamente que<br />

usted se acuesta y se levanta temprano. Me parece estupendo. Acostarse tarde y<br />

levantarse a las tantas no es nada bueno. Lo mejor es meterse en la cama en cuanto<br />

oscurece y despertarse con los primeros rayos de sol. Sin embargo, esto..., llámele<br />

corazonada o como quiera, esta noche he tenido la sensación, señor Kawana, de que<br />

todavía estaría en pie. A sabiendas de que es una falta de educación, me he permitido<br />

llamarlo. ¿Qué me dice? ¿Lo molesto?<br />

A Tengo no le gustó lo que Ushikawa acababa de decir. Tampoco le gustaba que<br />

supiera el número de teléfono de su casa. Aquello no era una corazonada. Sabía que<br />

Tengo era incapaz de dormir y por eso lo había llamado. Probablemente supiera que<br />

la luz de su piso estaba encendida. ¿Habría alguien vigilando el piso? Tengo se<br />

imaginó al aplicado y competente investigador con unos potentes prismáticos en la<br />

mano, acechando el piso de Tengo.<br />

—Efectivamente, esta noche aún estoy en pie —dijo Tengo—. Ha acertado con su<br />

corazonada. Quizá se deba a que hace un rato he bebido demasiado té verde.<br />

—¿Ah, sí? Eso no es bueno. A veces, las noches en que uno no puede dormir le<br />

hacen pensar cosas disparatadas. ¿Qué me dice? ¿Puedo charlar un rato con usted?<br />

—Mientras no sea sobre algo que me quite aún más el sueño...

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