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madre frustrada que riñe a sus hijos pequeños con voz chillona. A lo mejor es<br />

incapaz de encontrar un solo tema interesante del que hablar.» Desde luego, existía<br />

esa posibilidad. Si así fuera, la cosa más valiosa para Tengo, y que había llevado todo<br />

el tiempo en su corazón, se perdería para siempre. Pero Tengo estaba casi convencido<br />

de que no iba a ser así. En los ojos decididos y el tenaz perfil del rostro de aquella<br />

niña se percibía su resolución a no consentir así como así que el tiempo la cambiara.<br />

Y en cambio, ¿qué había ocurrido con él?<br />

Sólo de pensar en ello, Tengo sintió desazón.<br />

¿No sería más bien Aomame la que se quedaría decepcionada si volvieran a<br />

verse? En primaria, Tengo era un niño prodigio de las matemáticas, reconocido por<br />

todos, sacaba las mejores notas en casi todas las asignaturas, era corpulento y poseía<br />

unas excelentes cualidades deportivas. Los profesores lo estimaban y ponían sus<br />

esperanzas en el futuro del chico. Para Aomame, debía de ser una especie de héroe.<br />

Sin embargo, ahora era un profesor contratado en una academia, y no se podía decir<br />

que fuera un empleo fijo. Como trabajo era fácil y podía vivir sin privaciones, pero<br />

estaba bastante lejos de lo que podría considerarse «los pilares de la sociedad». Al<br />

mismo tiempo que impartía clases escribía novelas, pero ninguna había llegado a ser<br />

publicada. Como trabajo a tiempo parcial, escribía horóscopos al tuntún para una<br />

revista femenina. Aunque se habían hecho famosos, aquello no eran más que<br />

patrañas, hablando en plata. No tenía ningún amigo digno de mención, ni pareja. El<br />

encuentro furtivo una vez a la semana con una mujer casada diez años mayor que él<br />

era prácticamente la única relación personal que mantenía. De lo único que podía<br />

sentirse orgulloso era que La crisálida de aire, que había reescrito como negro, se había<br />

convertido en un best seller, y sin embargo se trataba de algo que no podría<br />

mencionar en público ni loco.<br />

Justo cuando sus reflexiones lo habían llevado a ese punto, el cajero tomó su<br />

cesta.<br />

Volvió a su piso cargando con la bolsa de papel de la compra. Se puso unos<br />

pantalones cortos, sacó una lata de cerveza de la nevera y, mientras se la bebía, puso<br />

agua a hervir en una gran olla. Entretanto, peló las vainas de las edamame y las saló<br />

por igual encima de una tabla de cortar. Luego las metió en el agua hirviendo.<br />

«¿Por qué no desaparece de mi corazón esa niña delgaducha de diez años?»,<br />

pensó Tengo. «Vino al acabar las clases y me agarró de la mano. Mientras tanto, no<br />

dijo ni una palabra. Simplemente eso.» Pero parecía que Aomame se había<br />

apoderado de una parte de él. De su corazón o de un pedazo de su cuerpo. Y a modo<br />

de compensación, ella le había dejado su corazón o un pedazo de su cuerpo. Ese<br />

intercambio tan importante había ocurrido en un breve instante.<br />

Tengo picó abundante jengibre con un cuchillo de cocina. Luego cortó apio y<br />

champiñones de forma desigual. También picó cilantro. Peló las gambas y las lavó

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